LICAONES.DEMOCRACIA CANINA.
- V. Carbajo.
- 6 oct 2017
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 26 abr

Conducir un todo terreno por las carreteras de Bostwana es cuando menos entretenido. Habíamos pilotado toda la tarde después de hacerlo casi toda la mañana y bajo ningún concepto queríamos que se hiciera de noche antes de encontrar alojamiento, cosa que no iba a ser posible. Peter, nuestro casero en Windhoek, nos había aconsejado el día antes que nunca jamás dejásemos que la oscuridad nos alcanzará en la carretera. La fauna salvaje, el ganado y la invalided de los seguros después del ocaso, hacen de esa práctica un suicidio. Partimos de la capital de Namibia esa misma mañana, teniendo especial precaución en la ruta hacia el este, esa que nos tendría que llevar hasta la frontera que cruzaríamos después del correspondiente trámite. Es esa una zona habitada por un mogollón de fauna salvaje y delicada por lo tanto para desplazarse por carretera. Lo peor, que a esas alturas mis manos ya estaban manchadas de sangre.
El África austral comprende varios países del sur del continente, los cuales están enormemente deshabitados, Namibia, no obstante, es el que menos densidad poblacional posee del mundo, y su vecino Botswana le va a la zaga. Debido a la falta de asentamientos humanos y a que los días eran cortos en el invierno austral, lo que no podía pasar pasó, la noche cayó sobre nosotros mientras mi amigo Carrión conducía con destreza y miedo, mezclados a partes iguales. Carreteras sin líneas y animales por doquier hacían que mi colega fuera agarrado con fuerza al volante y con su cara bien pegada a la luna delantera en un intento de ver algo más que le hacía parecer una abuela yendo a por el pan. Intento nulo en todo caso.
-¡Cuidado!
De repente un par de vacas aparecieron en medio del camino, el frenazo fue inevitable. Un poco más adelante la cosa fue aún peor. Un antílope Kudu saltó de repente justo delante de nosotros.
En ese momento nos acordamos de otro de los consejos de Peter del día anterior.
-Nunca y bajo ningún concepto deis un volantazo si aparece una gacela o un jabalí en medio de la carretera. Volcaréis y moriréis.
-En lugar de eso frenáis poco a poco y si hay que pasarle por encima se le pasa.
Tras lo que continuó diciendo.
-A menos que sea un elefante claro está. En este caso podéis intentar esquivarlo pues es mejor volcar que chocar contra un muro.
-Dijo el Namibio guapo y rubio mientras se reía el muy capullo.
Lo que no teníamos claro era lo que hacer entre los rangos de tamaño que van desde la gacela al elefante.
¿Era un Kudu lo suficientemente pequeño para atropellarlo sin fatales consecuencias?
Cuando lo tuvimos de frente vimos la respuesta clara:
¡Es grande de cojones!
Un antílope del tamaño de un percherón, coronado con unos cuernos afilados como espadas y largos cuales lanzas.
Alberto Carrión giro el auto con destreza al tiempo que frenaba y el antílope gigante se apartaba, lo que evitó el choque.
Unas horas antes, a plena luz del día y conduciendo el que suscribe, tome la decisión contraria, la que nos había aconsejado Peter en caso de animal pequeño. Mantuve los brazos firmes en el volante y ni frene de golpe ni giré bruscamente ante la invasión de la calzada por el lado izquierdo de una piara de facoqueros . Se puede decir que incluso acelere un poco no se muy bien por qué. El resultado, tres o cuatro jabalíes muertos y un piloto traumado para el resto del viaje.
Finalmente, y unas horas más tarde llegábamos a un campamento sanos y salvos. Con los ojos rojos, eso sí.
Después de que la hienas se ganaran mi simpatía en mis primeros viajes a África, destrozando la opinión previa que tenía de ellas, me apetecía conocer en persona a otros notables cazadores, que aunque no tienen nada que ver con estas normalmente se les relaciona, los Licaones.
Realmente estas dos especies no tienen mucho en común en cuanto que los unos pertenecen al genero de los cánidos y las otras al de los félidos (si, yo también abrí los ojos de par en par al imaginar un gato y una hiena emparentados) pero en su comportamiento son bastante similares.
El primer problema para observar Licaones viene dado por el hecho de que son un animal escaso, solamente hay unos 6000 ejemplares en el mundo repartidos en un puñado de países africanos y no en todos ellos resultan fáciles de ver. Quizás Bostwana sea el mejor de todos para poder tener un encuentro con estas criaturas en serio riesgo se desaparecer y como daba la casualidad de que iba a pisar sus tórridas tierras durante unas semanas no quería dejar pasar la oportunidad.
Todo aquel que haya hecho un viaje para observar fauna sabe que África es un paraíso para tal fin, pero también sabe que por el hecho de estar en un sitio así no se tiene garantizado ver todo tipo de animales, máxime algunos que por escasos o por esquivos no se dejan observar. Este era un punto que me preocupaba por todo lo que había leído al respecto, pero como ver Licaones tampoco era el motivo principal del viaje, ni mucho menos me quitaba el sueño.
El segundo día en Botswana y después de sobrevolar el delta del okavango nos dirigíamos a toda prisa desde Maun hasta las puerta sur del parque de Moremi, no teníamos alojamiento, se nos hacía de noche de nuevo y las pistas de arena no permitían ir demasiado rápido. De repente y después de ver varias jirafas y algunos elefantes aparecieron a un lado de la vía unos animales que no esperábamos ver, los famosos Licaones. Resulta que no era tan difícil verlos después de todo ¿no? la suerte sin duda se puso de nuestro lado. Se trataba de un pequeño grupo con una hembra preñada y otros dos o tres individuos a la vista, observándonos, sin miedo, oliendo el aire que les llegaba con nuestra fragancia humana, esperando cual perro doméstico espera el trozo final del bocadillo que te apetece comer pero que no puedes hacerlo ante esos ojitos lastimeros que te lo reclaman. No parecían tan fieros como los pintaban aunque seguramente estaban pensando en nuestro grado de comestibilidad. En ese momento me di cuenta de que esos perrillos tienen algo de especial.

Licaones P.N. Moremi en Botswana.
Son los perros salvajes africanos animales sociales como suelen serlo todos los cánidos, viven en manadas que varían bastante en cuanto a su número de individuos el cual puede oscilar dependiendo de muchos factores, habitan un territorio de entre 50 y 200 km cuadrados.
Estos grupos son liderados por una pareja dominante que es la única que se reproduce y a los que les acompañan su propia prole y otros individuos que no tienen porque ser miembros fijos del grupo. Este primer contacto me permitió observar de cerca sus grandes orejas y su colorido pelaje por el que también reciben el nombre de lobos pintados. Esas manchas le dan su identidad al no haber dos individuos con ellas iguales, como pasa en otras muchas especies. La hembra del grupo tenía un transmisor a modo de collar, colocado por algún programa de conservación y estudio de la especie.
Ya conocía al famoso licaón y me preguntaba como con sus escasos 30 kilogramos de peso podría ser el cazador más eficaz en el mundo animal con un 90% de efectividad en sus salidas, el secreto como casi siempre en estos casos es la colaboración entre los individuos, cosa que a los humanos se nos está olvidando rápidamente. Pero la característica más curiosa y que más me llamó la atención no la descubriría hasta mi vuelta a casa, cuando buscando información de estos graciosos y despeinados perros leí por casualidad un artículo que me impresionó sobre manera.
Resulta que los Licaones son sufragistas.
Después de ese primer encuentro ardía en deseos de volver a verlos más detenidamente y sin la prisa por el problema de la noche. Nos íbamos a dirigir a Savuti desde el delta del Okavango para intentarlo de nuevo, pero volvió a suceder que el día se terminaba dando paso a la oscuridad al poco de salir de Moremi y seguíamos sin alojamiento. En el mapa pudimos ver señalizado un campamento gestionado por una comunidad local, que era el único y además con un tipo de gestión que nos agradaba. Ayudar a la gente del lugar siempre es algo a tener en cuenta. Cuando el adolescente encargado de las "instalaciones" nos pidió 50 dólares por cabeza ya nos dejó de gustar ser tan colaborativos. Cinco veces más que los campings de los días anteriores era mucho dinero y teniendo en cuenta que el lugar era solo un bosque de acacias sin ningún tipo de servicio nos pareció un robo a mano desarmada, por lo que decidimos girar nuestra cabeza airadamente y con la frente alta irnos por el difícil camino por el que habíamos vuelto. Todo esto en plena noche y ante los hombros encogidos del chaval que en medio de la oscuridad lucía sus dientes de un blanco nuclear radiactivo al sonreir. Sucedió entonces lo que tenía que suceder. Nos perdimos y después de varios avisos el coche se quedó atascado en el barro de tal forma, que fue imposible hacerlo moverse. Para más inri estábamos lejos del camino principal mal guiados por el maldito GPS. Después de algunos intentos de palear barro, meter piedras en las ruedas y algunas ramas el avance se produjo, pero fue en dirección al centro de la tierra. Era tal la profundidad a la que estaban enterradas las cuatro ruedas que el Toyota descansaba ya sobre sus ejes, girando los neumáticos locos al accionar el pedal del acelerador. Íbamos a pasar la noche en medio de la nada, en la más absoluta oscuridad y llenos de barro hasta las orejas.
Ya nos habíamos dado por vencidos cuando unas luces a lo lejos nos enfocaron. Un vehículo al vernos apartados y parados fuera del camino se acercó a ver si nos pasaba algo, cosa que vieron con sus propios ojos al momento. Otro par de dentaduras blancas destellearon cuando dos guias turísticos bajaron de un todo terreno cargado de viajeros. Enseguida vieron que la situación era delicada y nos dijeron que fueramos dejando libres las ruedas de barro mientras ellos iban en busca de otro gato más grande y dejaban a los clientes de paso en sus aposentos. Clientes que nos miraban reafirmándose en la idea de que es mejor gastar más dinero y viajar con seguridad, que hacerlo a tu aire y quedar atascado en el barro como un gilipollas.
Así fue como empezamos a palear barro africano para liberar las ruedas, sudando la gota gorda y sucios, muy sucios. Alberto trabajaba sin descanso, y yo, me avergüenzo al reconocerlo, estaba bloqueado. La herramienta era mala y aunque hubiera sido una pala bellota de la mejor calidad los resultados hubieran sido los mismos. Veía que era imposible salir de ahí y dudaba de que los rescatadores volvieran. Por más que pensaba no veía la solución al problema mientras Alberto paleaba como una cosa loca viendo el final de esa situación más cerca a cada palada de barro que sacaba. De repente lo escuchamos.
Primero fue como un ladrido ronco a pocos metros de nosotros. Después como un sonido gutural. Los frontales solo alumbraban a unos pocos metros y alrededor había numerosos arbustos que escondían al autor de los quejidos.
-Ana entra en el coche por si acaso, le dijimos. -A lo que está accedió cogiendo el móvil en sus manos presta a marcar el 112 si un león salía de entre la maleza.
-¿Era el 112 el número de emergencias de Botswana?-Nos confesó que pensó en ese momento.
Mientras uno cavaba y otro vigilaba, Ana nos pedía por favor que nos refugiáramos, que no quería ser testigo de nuestra muerte y posterior troceo.
Al poco tiempo eran tan cercanos los rugidos de un león o puede que dos, que decidimos entrar en el vehículo temblando del miedo dispuestos a pasar la noche en los asientos, pues ni en bromas montaríamos la tienda de campaña de techo con esas bestias rondando tan cerca. Después de una hora, ya teníamos asimilado que los dos negros con blancas sonrisas nos habían dejado abandonados.
-Hello guys.
¡Ahí estaban! habían vuelto. Caminaban despreocupados sin temor a ser comidos a pesar de nuestras advertencias de la presencia de leones o de otro bicho malo. Yo estaba seguro de la autoría del sonido gutural pues lo había escuchado en otras ocasiones, pero ellos solo se reían a carcajadas, por lo que tuvimos que salir a trabajar. Ana seguía dentro del coche temblando y con el teléfono en la mano pasando el peor momento de toda su vida según nos confesó posteriormente.
-Ogia, ¿Emergencias? Es que se están comiendo a mis dos amigos y a otros dos chicos de aquí unos leones.
-¿Que le diga el DNI?
-¿El de los negros también lo van a necesitar? Es que no me lo sé.
-Si, somos españoles.
-Alberto y Víctor.
-No los otros no sé cómo se llaman. Perdón llamaban.
Después de más de una hora luchando y con la pericia de nuestros amigos logramos salir del barro con la ayuda del gato, palos, piedras y remolcados por el enorme 4 por 4. Nos guiaron de nuevo al camping que habíamos abandonado unas horas antes y nos dijeron que pagáramos los 150 dólares al adolescente, pues era lo más seguro. Más otros 50 que decidimos darles a modo de agradecimiento a ellos.
-Si madrugáis mucho lo mismo podéis marchar sin pagar pues los vigilantes no suelen levantarse antes del amanecer. -Nos dijeron a modo de consejo.
Por lo tanto nos metimos los tres llenos de mierda y sudor en una sola tienda, vestidos y abrazados para dormir unas tres horas, levantarnos rápidamente y pirarnos antes de que nos pillaran allanando su campamento los timadores de la comunidad local. La suerte nos quiso recompensar con una visión cercana de un leopardo mientras dejábamos atrás el lugar, puede que el mismo felino que la noche anterior nos acechaba detrás de unas matas, mientras nosotros trabajábamos a lo tonto con pocas esperanzas de liberar el coche.
Ese mismo año que nosotros visitamos la zona, un equipo de investigación de la Botswana Predator Conservation Trust había decido realizar un estudio sobre cinco manadas diferentes de Licaones para conocer un poco más de sus hábitos y obtener respuestas sobre las reuniones sociales que se sabía que realizan a menudo antes de salir de cacería y a las que nadie era capaz de darle explicación.
Habían observado en anteriores ocasiones que después de teles algarabías salían de caza una de cada tres veces y querían descifrar el por qué de este comportamiento, lo que descubrieron los dejó ojipláticos. Concluyeron sin lugar a dudas que los individuos tomaban las decisiones emitiendo un voto con una especie de estornudo y si había mayoría de estornudos que de silencios salían de caza. No les fue fácil llegar a esta conclusión pues resultaba que el número de votos requerido no siempre era el mismo, hasta que se dieron cuenta de que si la iniciativa la tenían la pareja dominante hacían falta tres veces menos votos que si venía de parte de un miembro normal del grupo. La democracia tampoco es perfecta en el mundo animal amigos míos ,y el servilismo hacia los jefes es común en muchas especies. El caso es que este estudio tiene una gran solidez y ya hay científicos observando grupos aislados de los sufragistas Botswanos en otros países, para determinar si todas las subespecies de licaones tienen esa costumbre o la democracia solo ha llegado a algunas zonas del mundo de los lobos pintados.
Unos días más tarde conducíamos por una de las interminables pistas de arena del P.N. Savuti buscando un sitio seguro para orinar sin ser comidos, cuando observamos un grupo de licaones de unos veinte individuos. Se trataba de una manada muy numerosa y enseguida, nada más vernos, se acercaron a nuestro vehículo. Todo lo que había leído de que eran muy esquivos estaba resultando falso, es más, eran peligrosamente poco asustadizos. Nos miraban de forma confiada, a pesar de que el hombre, junto con la rabia y la fragmentación del territorio, son su principal amenaza. Miraban como si quisieran algo de nosotros. Si hubiera conocido su lema de "Un voto un estornudo" podría haber averiguado si solamente nos miraban con curiosidad o si estaban estornudando y discutiendo la posibilidad cazarnos con una efectividad del 90% según los estudios de hábitos de los Licaones. Después de observarlos y saciarnos de hacer fotos continuamos la marcha con la manada de perros salvajes trotando al lado del coche durante unos kilómetros y quizás siendo conscientes de nuestras necesidad de vaciar la vejiga, buscando una oportunidad para hincar el diente en nuestras tiernas carnes si decidíamos parar.
P.D. Otro par de atasques en la arena, un ataque de un hipopótamo mientras conducíamos por la orilla del río y una huida corriendo hacía el coche en medio del desierto al encontrar unas enormes huellas hienas pardas que nos rodeaban, fueron otros contratiempos del viaje. Pero supongo que esas son otras historias.

PN.SAVUTI. BOTSWANA.
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