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DE CUANDO ME HICE APICULTOR PARA SALVAR EL PLANETA.


Abeja libando el néctar de una flor de frambuesa.


Movido por mis ideales conservacionistas y hace ya unos pocos de años decidí ser ganadero. Jamás había poseído ningún rebaño de ningún tipo, pero la idea de colaborar con el medio ambiente y a la vez intentar salvar el planeta, aunque sólo fuera un poquito, hicieron que me decidiera. Sin conocimiento previo decidi dar el salto, y no fue con una cabaña ganadera cualquiera, pues nada más y nada menos que comencé con varios miles de cabezas, cabezas pequeñas pero cabezas de ganado al fin y al cabo. Me hice apicultor.


Influenciado por los cientos de anuncios que vaticinaban la desaparición de las abejas y la falta de polinización que eso conllevaría, me decidí a invertir un poco de dinero y tener una o dos colmenas en el jardín de mi casa, cosa ilegal en España y más aún en Castilla y León, donde unas normas ultra restrictivas hacen que ser apicultor sea una cosa para nada sencilla. Poco menos que tienes que tener el apiario, aunque solo sea de una colmena, a una distancia de cientos o miles de campos de fútbol de los grandes (tipo Bernabéu) de cualquier núcleo habitado, carretera, camino y hasta de tu propia casa, aunque vivas solo en medio de la montaña. Todo esto en contraste con otros países y las nuevas tendencias de acercar las abejas a la gente. Pero bueno, ese es otro tema. Me decidí por tanto a tener un par de colmenas en mi jardín, saltándome las normas y arriesgándome a ser sancionado. Para ello hablé con mi buena amiga Diana y le pedí consejo, ya que ella es especialista en patologías de las abejas a la vez que apicultora, y en su clínica veterinaria vendía todo el material necesario para iniciarse en ese mundo. Así, una mañana me encaminé a su negocio y escuchando sus consejos me pertreché con todos los cacharros necesarios.


- Víctor. – Me dijo con voz seria.

- Esto es una inversión que amortizarás en muy poco tiempo, la miel se vende tan bien que el año que viene ya tendrás ganancias.


La miel ciertamente es un superalimento que se vende de maravilla y más si es natural y de calidad, aunque de las ganancias aún no tengo noticias mi querida amiga.


Ya tenía en mi poder casi todo lo necesario para producir el dulce manjar, aunque como dije antes ese no era mi objetivo principal, yo solo quería impedir la extinción de las abejas, ni más ni menos que eso.

Traje blanco impoluto, ahumador, guantes, colmena, pinzas y algún cachivache más que completaba lo mínimo necesario para tal fin. Sólo me faltaban un par de detalles menores y ya sería apicultor: necesitaba el conocimiento y por descontado las abejas.


“Si las abejas desaparecieran de la tierra, a los hombres solo le quedarían 4 años de vida”

Albert Einstein.


Esta frase ha corrido como la pólvora por las redes sociales y el internet en general en los últimos años. A mí mismo me ayudó a tomar la decisión de delinquir criando abejas a la puerta de mi casa. Es una cita con fuerza, con gancho y lo suficientemente desgarradora como para llegar incluso hasta las conciencias de los seres humanos más viles y sin corazón. Aunque tiene un par de incorrecciones: la primera de ellas es que nunca fue dicha por el gran científico alemán. Lo cierto es que no hay constancia de que Albert Einstein afirmara alguna vez semejante cosa, más aún sin ser un experto en abejas ni en polinización, aunque seguro que sí que era consciente de la importancia que tienen las Apis Melífera en el ecosistema en general.


Debido a mi ignorancia sobre el asunto, yo pensaba que el tema de la producción de miel era algo sencillo. Creía que sería como meter los bichos en un cajón de madera y al cabo de un tiempo abrir un grifo y sacar la rica miel, pero no. La cosa no es tan sencilla, y gracias a esa ignorancia comencé a estudiar sobre las abejas, pues si quieres saber de miel primero debes saber mucho de los animales que la producen. Si hubiera sido consciente de las dificultades jamás me hubiera puesto a la tarea, lo que agradezco, pues tal cosa me abrió la mente a un mundo fascinante como es el de la apicultura. Lo primero que hice fue comprarme el libro más gordo que jamás he comprado, la biblia del apicultor, un libro de culto que toda la gente del mundillo tiene y ha leído (o eso dicen) aunque sea más denso que el acero de barco. Empecé por lo tanto la labor de aprendizaje aún sin ser propietario de cabaña ganadera apícola alguna, como cuando aprendí a tocar la guitarra por YouTube meses antes de comprarme una, comenzaría por ser un apicultor sin abejas como fui un guitarrista sin guitarra.


Lo primero que hay que saber es que cada colmena necesita una reina, que es la que pone los huevos para criar a todas las demás abejas de la colonia. Vive unos tres años, solo sale una vez para ser fecundada al vuelo por varios machos y es la mamá de todos y cada uno de los miembros del enjambre. No parece una vida fascinante, pero las hay peores, por ejemplo la de los zánganos. Los machotes del grupo solo tienen una labor, la de fecundar reinas (algunos estudiosos les atribuyen alguna más) Nacen en primavera, crecen y son alimentados por sus compañeras mientras se dedican a la grata función de fecundar reinas vírgenes, cosa que puede sonar muy apetitosa pero que no es tan divertida. Aproximadamente en el mes de julio, cuando ya no hay reinas sin embarazar, son expulsados de la colmena hacia una muerte segura por frío y hambre, y lo que es peor, probablemente sin tan siquiera catar reina alguna. Paradójicamente si tienen la suerte de encontrarse con una y fecundarla también morirán, pues su aparato reproductor se desgarra en dicho acto. Su zángana y mísera vida da para poco que contar. Por no tener no tienen ni aguijón. Pero aún las hay con una existencia más penosa. Las obreras.

Comienza su vida con la puesta de la reina en una de las miles de celdillas hexagonales presentes en los panales. Un pequeño huevo es depositado por la reina, que poco a poco se va convirtiendo en una larva alimentada con una gotita de jalea real depositada previamente en la celda. En un determinado momento sus hermanas cierran el habitáculo donde el pequeño gusano se transforma en abeja. Una vez lista, la recién nacida corta la tapa desde dentro con sus mandíbulas, abre el habitáculo como si de una lata de guisantes se tratara y sale al nuevo mundo en un parto sin nada de glamour, pero más aséptico que el de cualquier mamífero. A partir de ese momento empezará a trabajar por y para el colectivo, como todas sus hermanas. En las primeras semanas se encargará de las tareas del interior de la colmena, como ser nodriza, limpiadora, defensora, dependiendo todo ello de la edad y las necesidades. Ya cuando llegue a vieja saldrá de casa para ir de flor en flor en busca de néctar, polen o agua, hasta que sus fuerzas se agoten y muera de puro desgaste. Esta última fase suele ser la más efímera, pues el esfuerzo al que son sometidas las pecoreadoras es muy grande. Como podéis ver las vidas de todos los miembros es intensa, aburrida y dirigida a ayudar a la comunidad, pues las unas sin las otras no son nada. Una reina poniendo huevos alrededor de tres años, los zánganos intentando repartir su simiente un puñado de días y las obreras trabajando toda su vida, que va de unas semanas en verano a unos meses en invierno, hasta caer muertas de puro agotamiento. Esto a grandísimos rasgos es la organización de la colmena, pero hay más, mucho más.


Cuadro extraído de la colmena. Se observan las celdas operculadas en cuyo interior se encuentran las crías.

¿Puedes ver a la reina?


En mi fase de apicultor teórico tuve la gran ayuda de mi amiga veterinaria, que me llevó varias veces con ella a revisar sus colmenas y las de sus clientes. Ahí estaba yo, con un traje tan limpito que delataba mi inexperiencia.

Una de las cosas más importantes al iniciarse en este mundo es saber si la colmena tiene reina o no. Pero para eso antes hay que aprender las partes de la misma, ahora que ya sabemos algo de sus habitantes.

- ¿Quieres cámara de cría solamente o también alzas?

- Mejor es trabajar con medias alzas, son más ligeras.

- ¿Ya tienes la cera?

- Excluidor de reinas también te hará falta más adelante.

-Espera, espera, voy a echarle otro ojo a la biblia abejera y te digo algo.


Quien lo iba a decir, pero la colmena no resultó ser un simple cajón, tiene cosas por dentro y del grifo no había ni rastro.

La cámara de cría es la caja principal, donde las abejas crían, de ahí su nombre. Dentro de ella y colocados verticalmente cuelgan diez marcos de madera separados aproximadamente un centímetro los unos de los otros. En cada uno de ellos una lámina de cera tipo hoja de papel servirá para que las abejas levanten las celdas hexagonales con la cera que segregan ellas mismas y en las cuales se almacenará la miel y el polen y será donde la reina pondrá sus huevos y se formarán las crias, todo en un perfecto equilibrio dependiendo de las necesidades. La forma hexagonal no es un capricho, pues es la mejor manera de aprovechar el espacio que hay disponible. El polen servirá de alimento para las crías y la miel para el resto de las abejas, sobre todo en los crudos meses de invierno, donde habrá más paneles de esta y menos de crías y polen, al revés que en el verano. Esta parte de la casa de las abejitas es de ellas, para bien no se debe quitar miel ni manipular en demasía. A partir de ahí y cuando la colmena está fuerte, el apicultor debe añadir más cajones construyendo una especie de rascacielos, que es donde las abejas almacenarán la miel “sobrante” que el profesional les robará cada año para zampársela él o sus clientes. Cada vez que se llena un cajón o alza, se pone otro (o medio, llamado media alza) con sus marcos (en este caso 9) y con las láminas de cera que las abejas llenarán de miel poco a poco, todos ellos comunicados por el interior de tal manera que las abejas entran por la puerta de la cámara de cría, (piquera) y van subiendo por dentro hasta encontrar sitio para depositar su dulce cargamento. Esos cajones en invierno se recogen, se extrae la miel y el rascacielos se vuelve a convertir de nuevo en un chalet, donde nuestras amigas pasan los días duros de frío recogidas, guardando el calor en una bola formada por sus cuerpecitos apretados. En medio la Reina.

- ¿Lo ves?

- ¿Ves la puesta del día? – Me decía en mi primera clase Diana.

- Mira, ahí está, es un huevito al fondo de la celdilla. Si miras a contraluz lo verás.

¿ Como diablos iba a ver algo tan pequeño sin siquiera saber cómo era?


Ahí estaba yo, con uno de los diez panales de la cámara de cría en las manos, apuntando al cielo, buscando algo que no tenía ni idea de lo que se trataba. Lo más normal era hacer lo que hice:

-¡Ahhhhh, siiiii ya lo veo, que bonito!

-Jolines es súper chulo.

-¡Que emoción!

- ¿ Ves que parece una semillita en el fondo? - Me dijo Diana.

-¿Semillita? -Respondí yo.

- Ah, pues entonces no lo veo.


La cosa fue más o menos así. Es tan difícil encontrar la puesta del día de la reina que a todo el mundo le cuesta, incluso hay apicultores que jamás en la vida la han podido ver.

Finalmente pude observarla ese mismo día, o puede que solo la imaginara. Esa colmena tenía puesta, y por lo tanto se sabía que una reina había depositado los huevos en los últimos tres días y que estaba viva, pues una colmena desreinada esta avocada a la desaparición.

Sin una reina no hay huevos, no habrá reemplazo de obreras y por lo tanto la comunidad irá decayendo poco a poco. Si la reina muriera, sus hijas podrán criar a otra, siempre que tengan huevos disponibles. Si no los tienen, una obrera se transformará en monarca, pero será de pega, sin sangre azul. Una impostora que pondrá sus propios huevos, pero que al no estar fertilizada sólo criará zánganos, por lo que en poco tiempo la colmena colapsará y desaparecerá, se hará zanganera. En este mundo la República no es una opción válida.


Caricatura. V. Carbajo.


Poco a poco fui aprendiendo algunos de los secretos y adquiriendo los conocimientos necesarios para poder tener mis propias abejas. Había llegado la hora de pasar a la acción. Compré un enjambre a un apicultor local y otro me lo regalaron (era pequeño y con pocas posibilidades de sobrevivir) y los coloqué en sendos cajones en mi jardín. Los bauticé como colonia Leticia y colonia Sofía. Era el primer paso práctico para poner mi granito de arena en evitar la más que probable desaparición de la humanidad, iba a ser parte de algo grande.


Todo apicultor novato tiende a manipular las colmenas en demasía. Por curiosidad solemos abrirlas, buscar a la reina (tarea especialmente complicada) ver si hay puesta del día, observar los distintos estadios de las crías, si hay miel, etc. Gracias a esto, o mejor dicho por culpa de ello, muchas se echan a perder. Cualquier manipulación puede causar un daño. Siempre hay abejas que mueren, ya sea aplastadas por un marco, por la tapa, al picarte, etc. El solo hecho de ahumarlas es traumático para ellas. El humo hace que las abejas se queden dentro del cajón al pensar que hay fuego (según la teoría más generalizada) comiendo la miel por si hay que salir en enjambre hacia un lugar seguro. Esto evita que defiendan tanto la colmena con sus picotazos al señor de blanco, lo que les acarrearía la muerte. Si la que muere es la reina en una de esas maniobras, como mínimo perderás más de un mes de producción entre que nace otra reina y es fecundada. A lo peor matas la colmena si no son capaces de criar a una reina nueva. Por lo tanto solo se debe manipular la cámara de cría en caso de extrema necesidad. Aún sabiendo eso, yo fui de los que manoseé en demasía, y soy consciente de haber terminado con varias colmenas por ese motivo. Lo que no ocasiona daños y sí que se puede hacer es observar. Me pasaba horas mirando como entraban y salían las pecoreadoras a hacer su trabajo. Apuntaba la frecuencia y si venían con polen en forma de llamativas pelotitas de colores adheridas a sus patas. Incluso les tocaba canciones con la guitarra ( sí, ya la había comprado) vamos, que estaba atontado del todo.


Colonia Sofía y Colonia Leticia.


Lo que más me intrigaba era a donde iban. Había leído que como mucho se alejan unos 3 kilómetros de su casa en busca del néctar o el polen y que pueden hacer numerosos viajes al día. Las exploradoras van buscando nuevas flores y se lo comunican a sus compañeras en el interior de la colmena, con una especie de danza en la que realizan diferentes movimientos indicando la dirección y la distancia del alimento. Luego se guiarán por el sol y los elementos reconocibles del entorno. Todo esto lo estudió y descubrió Karl Von Frisch, un entomólogo austriaco que recibió el premio Nobel por ello y que debió de pasar miles de horas observando a las abejas, aunque no creo que les cantara canciones acompañado de su guitarra como otros personajes.

¿Pero cuántos viajes necesitan esos pequeños animales para producir la miel?

La respuesta es sencilla. Necesitan muchísimos.

Son numerosos los vídeos o fotos que enseñan una cucharadita de miel con la siguiente frase:


“Este es el trabajo de toda la vida de una abeja”


Pues tampoco es cierto. En realidad es el trabajo de una docena de ellas, que han tenido que recorrer miles de kilómetros y visitar miles de flores.

Para elaborar un kilo de miel necesitamos 2.500 abejas, 1,5 millones de flores (dependiendo la variedad) y 200.000 vuelos que sumarán unos 8.000 kilómetros. Por lo tanto si recogemos 5 kilos, nuestras 2.500 abejas habrán recorrido la circunferencia de la tierra por relevos. Teniendo en cuenta que se pueden recoger entre 12 y 30 kilos de miel de una colmena, os podéis imaginar la de vueltas que han tenido que dar esas pequeñas en sus semanas de vida.


Gracias a Dios, o mejor dicho a la genética heredada de mis padres, nunca me han afectado en demasía las picaduras de cualquier tipo de animal. Todo apicultor que se precie ha sido picado en numerosas ocasiones y eso no es un tema baladí, pues puede ser peligroso. Lo primero que hay que saber es que las abejas solo te clavan el aguijón si vas a molestarlas a su casa o pasas cerca de ella. Como los apicultores tienen que manipular las colmenas por diferentes motivos, posiblemente sean el objetivo número uno de los aguijones, solo por detrás de los osos golosos.

Recuerdo con claridad la imagen de la conserje de mi colegio cuando era pequeño. Era una chica baja y regordeta, por lo que los niños con nuestra cruel naturaleza la habíamos bautizado como la garrafona, ya que su cuerpo parecía un garrafón o damajuana de esas donde se guarda el vino. Pues bien, esta buena mujer poseía también unos tobillos rechonchos seguramente debido a las numerosas horas que pasaba de pie fregando y haciendo sus tareas. Y os preguntaréis:


¿No estábamos hablando de abejas?


Sí claro. El caso es que un día mi amiga me invitó a ir con ella a un colmenar para vigilar algunas colmenas que se encontraban débiles e intentar encontrar la causa de aquello y tratar de ponerle remedio. Era de los primeros días que me ponía el traje, un mono blanco de apicultor de la mejor calidad, pero algo corto para mi altura a pesar de ser la talla más grande, por lo que deduje que los apicultores debían de ser gente con las piernas cortas. Como me quedaban los tobillos al aire me puse unos calcetines altos y tomé mi puesto de ayudante primero de veterinario apicultor. O sea, que era el que le llevaba las cosas al jefe, en este caso jefa. De repente sentí un pinchazo, luego otro, otro más, las malditas abejitas estaban picándome los tobillos sin piedad, cada vez con más ímpetu, pues cuando lo hacen segregan una hormona que incita a las demás al ataque. Yo aguantaba estoicamente pues no quería quedar como un tonto por haber pensado que una fina capa de algodón iba a impedir que mis "colegas" se cebaran en mis tobillos atravesando el calcetín como si este no existiera. Gracias a mi genética logré sobrevivir a las decenas de picaduras, aunque en los días posteriores me parecía un poquito a la garrafona, la buena señora que limpiaba las aulas con sus tobillos pomposos al viento.

No fue esta la última ocasión en que fui picado, hubo y habrá muchas más. Recuerdo un día que me dejé el traje abierto y penetraron en él una docena de abejas que me picaron la cara y el cuello a placer, hasta que las fui espachurrando desde fuera con mis manos. Otra vez, que por alguna extraña razón estaban más agresivas de lo normal y me atravesaron el traje y los guantes. La agresividad puede depender de factores climáticos o de la genética, hay colonias que son mucho más agresivas que otras, por lo que se trata de seleccionar siempre a las más mansas. Por suerte nunca tuve mayor problema, pero son frecuentes los casos de personas que de repente se hacen alérgicos y sufren shocks anafilácticos pudiendo causarles incluso la muerte. Lo que sí me queda claro es que las botas altas son necesarias sí o sí. A menos que te gusten los tobillos regordetes claro está.

“Si las abejas desaparecen de la tierra, a los hombres solo le quedarán 4 años de vida”

Autor desconocido.


Anteriormente os comenté que esta frase tenía dos errores: uno que el autor no fue el físico Albert Einstein y el otro todo lo demás, pues está afirmación en sí no es cierta.

Según la FAO “solamente” el 35% de los alimentos producidos necesita de polinizadores, representando las abejas Melíferas aproximadamente 1/3 de ellos o incluso puede que menos. Son más importantes que nuestra ganadería apícola las abejas salvajes en lo que a polinización se refiere. Hay miles de tipos de abejas que no son productivas para fabricar la miel, incluidos los abejorros, que son incluso más eficientes en cuanto a lo de polinizar.

¿Y si estas también desaparecieran?

Aún nos quedarían las mariposas y numerosos insectos.

Y aún desapareciendo todos los insectos tendríamos murciélagos, colibríes y el viento.

Teniendo en cuenta que la base de alimentación humana son los cereales los cuales no necesitan polinizadores, se puede afirmar que no, la humanidad no desaparecería. Ahora bien………

Las consecuencias de la falta de polinizadores serían catastróficas. Nuestra dieta se convertiría en una mucho menos variada, la producción de frutas y legumbres caería tanto que pasarían a ser un artículo de lujo, las hambrunas a nivel mundial se volverían más comunes y lo peor de todo es que no habría chocolate, pues su flor necesita de ser polinizada. La producción de carne caería dramáticamente, ¿Y por qué? os preguntaréis. Los pastos de alfalfa y trébol se verían afectados al no ser polinizados, el alimento agrícola escasearía y por lo tanto la producción de carne también. Desaparecerían miles de plantas necesarias para ciertas especies de animales u otras plantas. Vamos, que sería una reacción en cadena cuyas consecuencias no se conocerían completamente hasta que fueran sucediendo. Por lo tanto el mundo cambiaría de forma notable, para mal.


Caricatura. V. Carbajo.


Todos los polinizadores son importantes, algunos mucho más si cabe que las abejas Melíferas, y todos están en riesgo de desaparecer por varias razones detrás de las cuales siempre está la mano del hombre. El cambio climático es una de ellas. Alterar los patrones del clima afecta de muchas formas a todos los animales y plantas en general y en este caso a los insectos en particular. Nuevas enfermedades, nuevas especies invasoras, cambios repentinos ante los cuales no se pueden adaptar, etc. La pérdida de diversidad es otro gran problema. Los monocultivos de grandes extensiones son una de las principales causas del descenso en el número de abejas salvajes. Antiguamente los lindes sin cultivar eran refugio de vida, puras islas donde había alimento y cobijo. Hoy en día los cultivos ocupan grandes extensiones para ser trabajados con grandes máquinas, eliminando la mayoría de las islas de flores. No hay alimento no hay abejas. Por último los productos químicos terminan con la vida de miles de millones de polinizadores cada año. Con este panorama se puede decir que la cosa no pinta bien.

¿Pero es posible salvar esta situación con mis abejas en el jardín?

Pues depende.

¿Si te dijera que puede darse el caso de que las abejas Melíferas puedan agravar el problema?

Como dije anteriormente la apicultura está considerada como ganadería. Necesitas permisos, un control sanitario y cumplir ciertas normas como si estuvieras criando corderos. Pues bien, puede ocurrir que si el número de abejas domésticas es excesivo, estás entran en competencia con los polinizadores salvajes que ya de por sí se encuentran en la cuerda floja, y darles así otra vuelta de tuerca más. Es como si llenaras el monte de cabras, ovejas y vacas y dejases sin comida a los corzos y venados. Como podéis ver el equilibrio biológico es más complejo de lo que parece. Por norma general el número de colmenas está controlado para que no se hagan competencia entre ellas ni con la fauna salvaje.

Para evitar el descenso de polinizadores sería necesario también crear hábitats para ellos, con zonas vírgenes entre los cultivos donde sembrar flores que sirvan de alimento. Esto ya se ha realizado en algunos países y ha sido un éxito.

En ciertos lugares de china ya se da la circunstancia de tener que contratar a trabajadores para polinizar manualmente algunos cultivos. Brocha en mano saltando de flor en flor todo el santo día, lo que bien podría denominarse como un trabajo de chinos. Lógicamente en los países más ricos esto sería inviable por los altos salarios. Una tendencia relativamente nueva es la cría de abejorros para vender a los agricultores y soltarlos, sobre todo en invernaderos. Parece una buena idea, pero como todo en este mundo se hace en base a los beneficios en realidad no es tan buena. Los abejorros criados en cautividad se envían a zonas donde no son autóctonos, solo hace falta que se escape una reina fecundada para romper de nuevo el equilibrio. Portan enfermedades nuevas y entran en competencia con las abejas locales. De nuevo se antepone la rentabilidad al cuidado del medio ambiente.


Después de mucho observar y cantar a mis amigas de la colonia Leticia y la colonia Sofía, llegó la hora de recoger los frutos. Había pasado un año entero y estaba deseoso de cosechar la rica miel.


Pecoreadora cargando el polen de las flores de la hiedra.


Ahumador en mano me dirigí a mi apiario de jardín y comencé a extraer los cuadros o panales de los pisos superiores. Esta es una operación que molesta bastante a las abejas como os podéis imaginar. Llevan todo un año trabajando y produciendo una reserva de miel y nosotros se la quitamos. En realidad esa miel nunca la van a utilizar, con la de la cámara de cría y algún alimento de aportación, si el invierno viene muy duro, es más que suficiente, pero claro, ellas no lo ven así. Son los ahorros de toda una vida.

Una vez con los panales en mi poder los coloqué en un extractor y por fuerza centrífuga saqué la miel de todos ellos. Unos días en reposo después de colarla para eliminar impurezas y a envasar. Nada más, la miel no necesita ningún proceso, de la colmena a la mesa.

Pero las cosas no iban a ser tan sencillas. El siguiente invierno perdería a la colonia Sofía (a la que había rebautizado como la Emérita) y un poco más tarde a la Leticia. Estaba desolado.


¿Pero que había pasado?

¿Demasiada manipulación?

¿Tal vez no cantaba bien?


A día de hoy no tengo respuesta para esas preguntas ni para las que me surgieron ante otras pérdidas posteriores. Quitando unas pocas excepciones, cuando una colmena se me ha muerto nunca he sabido la causa exacta de tal desastre. He llegado a ver numerosas abejas muertas a la puerta de su casa con la lengua fuera, claro caso de intoxicación por algún químico, he tenido colonias zanganeras por fallecimiento de la reina y falta de remplazo, pero otras veces simplemente las abejas desaparecieron. Mueren poco a poco hasta que no queda ninguna, el equilibrio se rompe y los nacimientos no son suficientes para reemplazar a los individuos adultos. Este equilibrio en los últimos tiempos se ha visto alterado por numerosas enfermedades y parásitos importados. Tenemos a las avispas asiáticas, unos avispones carnívoros que se han extendido desde Burdeos a casi toda Europa capturando abejas para alimentar a sus vástagos. A pesar de que el avispón autóctono (Vespa Crabro) ya daba buena cuenta de muchas de nuestras abejas, el asiático (Vespa Velutina) ha venido para esquilmar un poco más. Según estudios genéticos una sola avispa fecundada llegó desde algún lugar de Asia hasta Europa y a partir de ese individuo se han expandido por numerosos países, incluidas las islas británicas, todas hijas de una misma madre. Pero quizá el peor enemigo es un ácaro que parasita los cuerpos de las larvas y de las abejas adultas, debilitándolas y causándoles la muerte, la Varroa (Varroa Destructor) Importado también de Asia es el mayor problema al que se enfrentan nuestras abejas , incluidas las salvajes. Son un riesgo tan grande que se debe aplicar un tratamiento anual para su control, el único permitido en apicultura y que solo sirve para mantener a raya al parásito, no para exterminarlo. Todas nuestras colmenas la padecen, es fácil observar los bichitos rojos en el suelo una vez se desprenden o adheridos a los cuerpos de nuestras amigas, minando su salud y quebrando de nuevo el equilibrio de la colmena.



Caricatura. V. Carbajo.


Son tantas las razones por las que una colmena puede colapsar que incluso se le ha puesto un nombre a tal hecho: Síndrome de colapso de las abejas (CCD en sus siglas en inglés) es la forma de llamar a algo que no tiene nombre o una causa clara, simplemente ocurre. Más de un 25% de las colmenas puede colapsar al año por razones que no conocemos y que seguramente sean producidas por diferentes factores. Ante la falta de explicación decimos que han muerto por CCD. Así de simple.

Lamentablemente a día de hoy se puede asegurar que las Melíferas no podrían vivir sin la ayuda del hombre, se han convertido en un animal doméstico completamente dependiente del humano. Es posible que si abandonáramos a nuestras amigas, unas pocas lograran sobrevivir e incluso se hicieran inmunes a ciertas enfermedades y parásitos como la Varroa, pero para eso tendríamos que sacrificar a la inmensa mayoría y perder también la producción de miel durante años, algo a lo que nadie está dispuesto a renunciar.


Estos años posteriores he poseído algunas colmenas, más como hobby que como negocio, normalmente en apiarios legales y controlados. Lo del jardín de mi casa ya solo lo uso como paso intermedio entre la adopción de un enjambre capturado y su envío junto con las demás colmenas. Aunque lo de tener a las abejas a la puerta de casa, poder observarlas a diario y poder cantarles algo si te apetece, es una cosa que me sigue gustando. Son mis abejas, las que polinizan mis frutales, mi huerta y las que incluso me hacen compañía.

No me arrepiento de haber intentado poner mi granito de arena para ayudar a la polinización, pero lo que más satisfacción me ha producido ha sido el conocer el funcionamiento y la forma de vida de las abejas, un animal increíble que sin su colonia no es nada, un organismo colectivo que aún guarda muchos secretos por descubrir. Esperemos que nunca dejen de estar entre nosotros, sea cierto o no que podamos sobrevivir sin ellas.


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