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EL SALCHICHÓN MALDITO DEL CÁUCASO.

  • carbajoleo
  • 2 sept
  • 17 Min. de lectura

Actualizado: 4 sept


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El sol apretaba de lo lindo en Shege Pass a pesar de los 2000 metros de roca y tierra que había bajo nuestros pies hasta llegar al nivel del mar. Las cosas estaban feas.


- No os preocupéis. – Nos dijo el primer lugareño que pasó a nuestra vera.


- Aquí todo el mundo se ayuda. -Exclamó con una sonrisa orgullosa dibujada en su boca.


- Soy Tato, si llamáis al 112 la policía vendrá en un momento.


Tato y sus amigos se fueron en la pick up que conducían esquivando como pudieron nuestro jeep y ni ellos ni la policía  nos ayudaron. Pero por suerte no nos había mentido en absoluto, los georgianos son muy hospitalarios aunque su aspecto rudo y su rostro tosco puedan hacer pensar todo lo contrario.

De lo que nunca nos avisó el amigo Tato es de que en ese momento ya era tarde, estábamos malditos desde el mismo momento en que habíamos osado pisar el valle de Thuseti con un salchichón en la mochila.

El Cáucaso es la frontera natural entre Europa y Asia además del hogar de numerosos pueblos legendarios. Se eleva al norte de Georgia con cumbres que llegan a los 5000 metros, separando mayormente el país que estábamos pisando con la enorme Rusia. Geopolíticamente es una zona complicada donde siempre ha habido disputas y que aún a día de hoy se siguen pagando las consecuencias de la guerra fría.

Con la caída de la Unión Soviética Georgia se convirtió en un país independiente como lo fueron muchos en ese tiempo, pero como las fronteras geográficas no siempre respetan las culturales y ambas siempre son dinámicas, la independencia sería el principio de varias crisis que a día de hoy siguen abiertas.

Las montañas caucásicas separan Rusia, Georgia y Azerbaiyán, aunque dentro de estos tres países habitan diferentes etnias milenarias.

Al lograr su independencia  tras la caída de la URSS, y aprovechando que los rusos estaban ocupados en desmantelar su propio país repartiéndose las empresas estatales entre las élites comunistas, elites que  abrazarían el capitalismo con tanta fuerza que ya jamás lo soltarían, Georgia emprendió una pequeña guerra contra Osetia del sur que le salió cara. Pero vamos por partes. Después de la revolución bolchevique de 1917 Osetia, que por aquel entonces era una, fue dividida en dos, apellidadas del norte y del sur por razones obvias. La septentrional se quedó en la unión Soviética como un oblast o provincia y la del sur como una región autónoma perteneciente a la republica socialista soviética de Georgia, patria chica del mismísimo Stalin, nacido a pocos kilómetros.  Con el mencionado desmoronamiento de la URSS los Oshetios del sur quisieron volver a unirse con sus hermanos del norte y convertirse en una República independiente de Georgia y porqué no de la Nueva Rusia de paso, pero los georgianos no querían perder ese trozo de tierra y por la fuerza lo impidieron. Aún con Rusia languideciendo, los soviéticos mandaron una “fuerza de paz” para impedir la guerra, y así Oshetia del sur se convirtió en una especie de territorio autónomo que no pertenecía ni a los unos, ni a los otros, ni estaba unido a sus hermanos del norte como anhelaban. Los rusos tenían el control de facto del territorio en disputa y ya jamás lo soltarían hasta que en 2008 con Rusia ya fuerte y con un tal Putin en el poder,  se desencadenó otra guerra en la que los rusos participaron activamente atacando suelo georgiano y poniendo en jaque la integridad territorial de toda Georgia, que en unos días optó por replegarse para no perder todo su territorio a manos de su potente vecino. Por si fuera poco perdieron definitivamente otro trozo de país en las orillas del mar negro, la Republica de Abjasia, que al igual que Oshetia ansiaba de libertad y los rusos se la dieron, a su manera eso sí. Todo esto dejó a los georgianos temblando porque estaban a un plis de ceder el país entero si a Putin le daba por ahí, un Putin que ya apuntaba maneras. Así tenemos a grandes rasgos varias repúblicas repartidas en medio de las escarpadas montañas caucásicas desde el mar Negro al mar Caspio: Adjasia, Daguestán, Osetia del Norte, Oshetia del Sur, Ingusetia, Chechenia, Thusetia, Kabardino-Balkaria……… la mayor parte rusas y rusificadas, como ocurrió con Chechenia cuya capital fue hecha un solar en los años noventa acabando con las ganas de independencia de sus moradores.

Pues en esa amalgama de pequeños estados nos encontrábamos mi amigo Igor y yo haciendo tréckines y durmiendo en una tienda de campaña encaramada en el techo de un Jeep.

Glaciar Gergeti. Kazbegi.
Glaciar Gergeti. Kazbegi.

Aunque nunca me gustó conducir, últimamente disfruto mucho pilotando por diferentes carreteras a lo largo del mundo. Las aburridas autovías españolas, o de cualquier otro país, no me motivan lo suficiente como para gastar mi tiempo manejando una máquina y poniendo los cinco sentidos en ello. Pero cuando estoy en el extranjero, en caminos o carreteras locales mi mente se transforma, y Georgia tiene carreteras y sobre todo caminos complicados para aburrir, aunque viajar con un friki de la conducción y los coches me haría pasar a un segundo plano en el tema del pilotaje.

Los planes de viaje eran poco menos que inexistentes en esta ocasión. No habíamos planificado nada a excepción de unos cuantos puntos señalados en el mapa e inconexos entre sí, que trataríamos de unir según fueran pasando los días. Prioridad, la montaña y luego lo que surgiera. Así decidimos recoger el vehículo y viajar al norte de Tbilisi a la zona de kazbegi, por una carretera infernal abarrotada de tráfico de camiones camino de la frontera con Daguestán en Rusia.  Pasamos unos días descubriendo las montañas de la zona hasta que decidimos cambiar. Inicialmente el plan era ir al este, pero en el último momento Mamadú (como bautizamos al Jeep debido a su elevado consumo de combustible) fue dirección al este para  visitar la zona de Svaneti, una de las más famosas del lugar por sus hermosos paisajes alpinos y enormes glaciares que casi puedes tocar con las manos. Como era imposible llegar al lugar en un día lo tuvimos que hacer de dos veces, con una parada en el mar negro cerca de Batumi, que es el Benidorm Georgiano pero en cutre. Rápidamente abandonamos ese lugar infernal para dirigirnos al norte, a las faldas del monte Ushba uno de los más altos de Georgia y del Cáucaso, cerca de su vecino el famoso Elbrus, ya en Rusia. Fueron unos días formidables haciendo caminatas por la hermosa cordillera que a lo largo de 1200 kilómetros separa Occidente de Oriente. Pero justo cuando nos marchábamos por uno de los interminables puertos de montaña, Mamadú se empeñó en calentarse en demasía y nos dio el primer aviso de su precario estado de salud. Estábamos tirados en medio de la nada.


-¿Tiene agua el radiador?


-¿Parasteis pronto o seguisteis circulando sin piedad?


Georgi al teléfono nos daba instrucciones de lo que podíamos hacer para tratar de revivir a Mamadú. Le intentábamos explicar que algo le ocurría al vehículo, que no era la primera vez que el agua del radiador hervía y que para colmo había dejado de funcionar el aire acondicionado unos días antes. Lo que a 2500 metros era un problema menor, según perdíamos altitud dejaba de ser un tema baladí debido a los 40 grados de temperatura ambiente. Ahí estábamos, parados en un arcén, por suerte a la sombra, esperando que el Jeep se enfriara para poder llegar a Tbilisi Como fuera.

Glaciar  Ushba
Glaciar Ushba

En kilómetros la distancia no era demasiada, pero las carreteras georgianas a pesar de no ser tercermundistas tampoco son para echar cohetes, aunque utilizaríamos la única autovía del país en gran parte del recorrido.

Osetia del Sur divide Georgia en dos por esas latitudes, cosa que condiciona mucho a la hora de desplazarse, pues no están abiertas las fronteras entre Georgia y la República separatista, por lo que el rodeo que se debe de hacer es importante.

Pues al final resultó que el radiador se había quedado sin agua misteriosamente, por lo que lo rellenamos con agua de arroyo y después de cuatro horas interminables  llegamos a la capital justos para dejar a Mamadú bajo los cuidados del mecánico por un día. Mientras, nosotros dormiríamos en una cama un par de noches y beberíamos unas cuantas cervezas artesanas para brindar por la vuelta a la civilización y a la higiene corporal diaria.

Tbilisi significa en georgiano “cálido” supuestamente por sus abundantes fuentes de aguas termales sulfurosas, pero según Georgi (por cierto nombre muy común por lo visto, puede que por su etimología nacionalista) lo es por el clima de lugar, que más que cálido es infernal en verano. Recorrimos el decadente al tiempo que precioso casco antiguo en ese día de descanso que en realidad nos canso más que la peor de las rutas de las jornadas anteriores, esperando por Mamadú, el cual estaría listo según Georgi y sin lugar a dudas a primera hora del día siguiente. Listo para ir a disfrutar de nuestros últimas jornadas de vacaciones a la zona más remota del país, el valle de Thuseti.

Ushguli. En el valle de Svaneti.
Ushguli. En el valle de Svaneti.

-¿Os podríais quedar un día más en Tbilisi?


-Aún no está reparado el coche del todo, el aire acondicionado sigue sin funcionar. -Nos comunicó la tarde anterior a nuestra partida.


La respuesta fue rotunda.


-NOOOOO.


-No te preocupes amigo. -Le dijimos.


-El aire acondicionado está sobrevalorado.


Lo del chirrido de la rótula supuestamente también se había arreglado, pues el coche ya no sonaba a somier viejo cuando tomábamos una curva.

Salimos a primera hora de la mañana, con viandas suficientes y depósito lleno de gasolina para afrontar el viaje a una zona tan remota que solo tres meses al año la carretera está abierta al tráfico. Cuando quiero decir abierta es “puede que sí o puede que no” y cuando digo carretera en realidad me refiero a un camino de mala muerte, que durante 60 kilómetros (30 de subida y 30 de bajada) te acerca al parque nacional de Thuseti, a cuya capital Omalo llegaríamos, si no nos despeñábamos antes, unas seis horas más tarde, aunque solo nos separaban 186 kilómetros.


-Igor, échate un poco para la izquierda “porfi”


-¿No vas muy deprisa?


-Me cago en tus muelas que nos despeñamos.


Las dos primeras frases se las decía a cada rato a mí colega y la tercera solo la gritaba mentalmente ante el peligro evidente que sentía al circular ten cerca del precipicio.

Las paredes verticales a mí derecha amenazaban con hacer parar mi corazón. Cuanto más avanzábamos el rio, que había labrado un estrecho valle en la roca, se veía más y más alejado y profundo. Me recordaba el paisaje a la famosa carretera de la muerte de Bolivia cuyo solo nombre inquieta. Los kilómetros no pasaban y cada vez que un coche se nos cruzaba nos veíamos cayendo al vacío hasta llegar a las aguas de un bonito rio que ni se molestarían en ahogarnos, pues la caída hasta ellas sería definitiva para terminar con nuestras vidas. Esto, aunque parezca una estupidez, siempre me alivia cuando conduzco o voy de pasajero por carreteras similares, pues para mi la peor muerte sería ahogarme atrapado en un vehículo sumergido y dando vueltas sin poder salir de el.

Mamadú ejerciendo de tendal.
Mamadú ejerciendo de tendal.

Aún nos encontrábamos a más de 20 kilómetros de la cima y unos 1500 más abajo y no veíamos el final. Cada pocos metros una cruz, una lápida, unas flores o un recuerdo de algún desdichado que había perdido la vida en el lugar salía a nuestro paso y nos inquietaba más si cabe. No obstante todos los años mueren una docena de personas despeñadas, sepultadas o ambas cosas a la vez en el lugar. Las fotos de los finados no hacían más que preocuparnos aún más, el poner cara a los que no lograron pasar el puerto con vida resultaba demasiado morboso para mí gusto. Ahora un joven que murió en la primavera del 2005, luego unos hermanos sonrientes que nos dejaron en 1983, más allá una familia entera que se precipitó al vacío en un camión no hacía muchos años. Ahí estaban todos y cada uno grabados en una placa de granito con sus caras llenas de vida. Incluso el camión había sido representado. Al lado una mesa y un banco donde había un pequeño apartadero para comer el bocadillo y descansar acompañado de las almas de la familia muerta, y donde un par de amigos comían a dos carrillos el almuerzo como si nada.

La parte alta de Abano pass es la más espectacular pero para mí la menos inquietante. Habíamos dejado atrás las estrecheces del valle y ahora circulábamos ya a gran altura en un terreno más amplio en una carretera que no paraba de ascender con numerosas revueltas al estilo del Alpe D’huez pero con menos glamour. No sé si fueron 21 curvas o 42 pero después de más de dos horas llegamos a la cima, a 2850 metros, a más de 2000 por encima del inicio del puerto. Solo nos quedaba una bajada escarpada en sus inicios y más moderada a continuación para llegar después de otros 25 kilómetros a la capital más extraña que jamás habíamos visitado: Omalo.

Últimas curvas del Abano Pass.
Últimas curvas del Abano Pass.

Omalo se asienta en una ladera de praderías y está formado por unas decenas de casas de madera desperdigadas y bastante lejos de los ríos que discurren por estrechos valles muy por debajo de donde gustan de vivir los lugareños. Me resultaba curioso como todas las pequeñas aldeas se encontraban en las alturas y ninguna cerca de los cauces de agua.

Omalo. Capital del valle de Tusheti.
Omalo. Capital del valle de Tusheti.

El valle de Thuseti es un lugar bonito, no es espectacular como Svaneti pero si que es resultón. Montañas que rondan los 3000 metros, gargantas profundas y enormes bosques de pinos  componen un paraje tan escarpado que recorrer los pocos kilómetros que separan un pueblo del otro te puede llevar horas de conducción por caminos serpenteantes y polvorientos. Como en Omalo no encontramos un lugar con agua para lavarnos y estar relajados para cenar y dormir, decidimos seguir camino hasta el siguiente asentamiento, llamado Dartlo, que según varias fotos que habíamos visto estaba cerca de un arroyo.


¡rack, rack, rack, tak, tak, tak!


-¡Hostias!


-¡Para, para, que algo está sonando mal!


Un ruido feo había sonado a mis pies, justo cuando estábamos a punto de coronar el Shege Pass a medio camino entre Omalo y Dartlo.


- Dale un poco para atrás Igor. – Le dije a mi amigo desde fuera del coche del cual me había bajado para observar la situación.


- ¿Ves algo raro? – Me preguntó.

 

A lo que yo le contesté asomando mi cabeza por la ventanilla hacia el interior y diciendo con voz temblorosa:


-Hemos perdido una rueda.

 

El mocoso que estaba al lado de Tato nos miraba divertido mientras este nos contaba las bondades de las gentes georgianas con una cerveza en la mano. Viajaban varias personas encaramadas en la caja de una pick up Verde hablando y disfrutando de los baches y el polvo.


-¿No sabéis quién es tato? -Nos preguntó el chaval.


-Tato Gragalashvili es campeón del mundo de judo.


-Es muy famoso en el mundo entero.


Y parte del extranjero, pensé yo para mí.

 

-No tenemos el placer, la verdad. -Le contestamos, pensando más en como salir de aquellas situación que en llaves de Judo.

 

No son pocos los campeones del mundo y de Europa de la zona del Cáucaso en cualquier deporte que consista en pegarse de hostias.  Chechenos o dagestaníes, tayikos, uzbekos, kazajos más al norte, son conocidos por su buen hacer en el arte de  dar guantadas.

Tato, el cual observaba la escena con una sonrisilla que delataba una falsa modestia, de repente nos dijo:


-¿Sois españoles?


-Yo vivo en valencia.


Tócate la pera, pensé yo, esto es lo que nos faltaba.

Nos contó el gran campeón que se había mudado a España para mejorar profesionalmente y entrenar en centros de alto rendimiento. Había sido subcampeón olímpico en Paris 2024, tres veces campeón del mundo y de Europa y un par de ellas subcampeón, lo cierto es que el hispano georgiano tenía un currículum envidiable.


-Aquí la gente es muy bondadosa, en la cantina que hay en el puerto trabaja un amigo mío, decidle que vais de mi parte y os ayudará.


-¿Hay Policía en Dartlo? Le pregunté.


-No se, es la primera vez que estoy en Tusheti, llamad al 112 y os ayudarán seguro.


-Decídselo a mí amigo. -Nos dijo mientras el coche se alejaba.

Mamadú con la pata quebrada.
Mamadú con la pata quebrada.

 

Un amigo que no sería muy íntimo si era la primera vez que estaba en la zona el campeón yudoca, pensé para mí.

Lo cierto es que la cosa pintaba mal. No sabíamos ni lo que hacer, no teníamos cobertura, el coche estaba en el medio del camino y se hacía de noche.

 

-Lo siento, no puedo llamar a la policía, tuve un problema con ellos en otoño y prefiero no verlos.


Esa fue la respuesta del amiguísimo de Tato ante la petición de socorro que le hicimos.

La verdad que yo no tenía mucha confianza en que la policía nos pudiese ayudar en el medio del monte. Tenía dudas hasta de que el 112 funcionara en Georgia. Tenía dudas incluso de que hubiera autoridad presente por aquellos lares. De todas formas no teníamos cobertura.

El cantinero nos recomendó que subiéramos a una loma para buscar señal e intentar llamar, donde una pareja de turistas belgas había instalado su campamento.

Aunque la señal no era buena pudimos comunicarnos con Georgi y le pedí que llamara a la policía, ya que se entendería mejor con ellos que nosotros.

La respuesta del propietario de Mamadú ante nuestros mensajes de que teníamos un problema con el coche y a las fotos que le habíamos hecho llegar fue clara:


-Un gran problema. Si señor.

 

La gente se empezó a parar poco a poco al lado del coche averiado pues el paso que quedaba para evitarlo era tan estrecho que muchos no se atrevían a rebasarlo. Así Igor pudo hacer un pequeño grupo de amigos mientras yo, en el pico de la colina unos cientos de metros más arriba, me comunicaba con Georgi y charlaba con la pareja belga que ya se había ofrecido a llevarnos de vuelta a Omalo o a Dartlo para pasar la noche, pues en el coche no podíamos hacerlo.

Después de varios minutos y ya cayendo la noche Georgi sentenció


-Dejad el coche en el camino y buscaros un hotel que mañana será otro día.

 

Intentaría mandar un mecánico para reparar el coche in situ, cosa que a nosotros nos parecía imposible siguiendo los estándares españoles de asistencia en carretera. Estábamos equivocados.

Entre toda la muchedumbre pudimos apartar un poco a Mamadú y no faltaron voluntarios para llevarnos donde fuera necesario, incluso de vuelta a la capital. Tato no nos había mentido.

Los dos días siguientes se hicieron largos. Después de pasar la noche en un hotel en medio del bosque decidimos ir por un atajo a donde estaba el coche averiado pues tenía dudas de si lo había dejado cerrado o abierto. Estaba cerrado pero aprovechamos para mandar más fotos al mecánico para que trajese todo lo necesario.

Empezábamos a estar nerviosos pues era jueves y el sábado por la noche nuestro avión partiría hacia España sin importarle si estábamos a bordo o nos encontrábamos perdidos en las montañas de Thuseti.

Así paso el jueves y llegó el viernes, ya arrepentidos de haber rechazado la oferta de unas buenas personas que nos llevaban gratis a Tiflis el día antes. Georgi nos había prometido que el mecánico llegaría y nos fiamos de él. No era de recibo dejar el jepp allí, le daríamos una oportunidad. No obstante era la una del medio día y el mecánico no daba señales de vida. De repente contestó, estaba subiendo el puerto, por lo tanto a varias horas aún de Omalo.  A las 14.00 algo impacientes le preguntamos de nuevo.

 

-¿Y como estás?- A lo que contestó.


-Pues muy mal.


-Se ha muerto mi hijo mayor.


En ese  momento el mundo se nos cayó encima. La persona que venía a rescatarnos después de dos días acababa de perder un hijo, pobre hombre.


-Vuelve a Tiflis por dios, estate con los tuyos que nosotros ya nos apañaremos. Lo sentimos mucho amigo. No hubo respuesta.

Giorgi tampoco daba señales de vida y nuestra mente aún en shock por la muerte de un desconocido trabajaba a toda velocidad para buscar una solución a nuestra situación. Nos teníamos que ir ese mismo día para no perder el avión de vuelta a casa.

Pensamos en alquilar un transporte, en hacer dedo, en asaltar a alguien y obligarle a llevarnos a punta de navaja, todo podía valer.

Los minutos pasaban lentos hasta que Georgi y el mecánico casi contestaron al tiempo.

El segundo diciendo que el seguía con el plan previsto a pesar de todo, y Georgi explicándonos que la pérdida del vástago había sucedido unos días antes y que al hombre le venía bien tener la mente distraída, cosa que no evitaba sentirnos mal porque un padre estuviera conduciendo siete horas para arreglarnos la rótula quebrada del Jeep con su hijo recién fallecido.

Eran las 15:30 de la tarde. Teníamos unas cinco horas de luz por delante y el mecánico de unos 50 años vestido de un riguroso luto ya estaba manos a la obra. Otro pariente más joven le ayudaba y una mujer de unos 35 años vestida de negro y visiblemente afectada por la pérdida del que pensábamos que era su hijo, paseaba por alrededor cabizbaja, aunque puede que el finado fuera su hermano, pues este podría tener entre 5 y 25 años. No nos atrevimos siquiera a dar el pésame en persona o hablar nada del luctuoso episodio.


-Si todo sale bien en dos o tres horas el coche estará reparado. -Nos aseguró el hombre de negro.


Teníamos varios miedos en ese momento. Uno de ellos era que no fueran capaces a arreglar la avería y otro, puede que peor, que las tormentas cerraran el Abano Pass y no llegáramos a Tiflis a tiempo. No sabíamos dónde pasaríamos la noche, pero lo que no era una opción era hacerlo en medio del paso por la peligrosidad que entrañaban los derrumbes por la lluvia o incluso puede que por algún temblor de tierra bastante frecuentes en la zona.


-Vamos al garito a tomar una Cocacola y comer algo Víctor y así si todo sale bien nos vamos cagando cerillas. -Me dijo Igor.


Allí estaba el amigo de Tato, el que había tenido problemas con la policía en otoño y que nos caía bastante antipático. El y su santa madre regentaban el negocio consistente en un contenedor marítimo reconvertido a ultramarinos donde se vendían bebidas y algunas comidas.

Como ya nos conocía de varios días atrás  lo saludamos y le compramos la bebida y un trozo de pan, le pedimos también permiso para comer allí y un cuchillo para cortar un salchichón que llevaba rondando por nuestra mochila varios días y al que ya le habíamos dado un tiendo el día antes en Omalo.

Cuando Igor se disponía a dar el primer tajo al embutido con el pan abierto en dos en su regazo esperando a ser rellenado, el joven se nos acercó corriendo y nos espetó a la cara.


-¡No podéis comer eso aquí!


De repente el chaval nos prohibía comer en su bar.


¡Será gilipollas el tío!

 

¡No se puede comer eso!


En principio pensamos que le molestaba que comiésemos un producto que no era de su tienda, pero no era la cosa tan sencilla.


-¡Comer eso trae mala suerte!


-No quiero que lo comáis aquí y está mal visto hacerlo en todo el valle de Thuseti.


-¡Lo que os ha pasado en el coche ha sido por traer eso al valle! -Sentenció el crío reafirmando su arenga  con un gesto afirmativo  de su cabeza.


Nosotros nos levantamos, le devolvimos el cuchillo y tomamos la decisión de abandonar el lugar un poco cortados, hambrientos y con la duda de lo que sucedía.

Decidimos degustar el manjar lejos de su mirada inquisitoria. La suerte quiso que al llegar a la altura de Mamadú el mecánico nos comunicara que la avería ya estaba arreglada y que nos podíamos ir. Habían reparado una rótula desmontando la rueda, el trapecio y el palier en tan solo una hora y en medio del monte.

No dudamos, le dimos las gracias, guardamos el salchichón y sin pensarlo más emprendimos el camino de regreso a Tiflis.

El mecánico de luto en plena faena.
El mecánico de luto en plena faena.

Queríamos pasar el puerto de Abano de día y si era posible llegar a la capital esa misma noche. No queríamos arriesgarnos a quedar atrapados en el valle y me tocaba conducir a mí. No comimos ese  día y según iban pasando las horas la idea de hincarle el diente al salchichón se nos quitaba de la cabeza.

¿Para que arriesgarnos a un mal de ojo? Pasaríamos hambre pero no nos estrellaríamos.

El consumo de carne de cerdo en Tusheti no está prohibido, pero por superstición no se come ya que es sinónimo de mala suerte hacerlo. Estuvimos tentados de tirar el embutido por los precipicios de Abano Pass pero finalmente lo llevamos de regreso con nosotros y pensé en dárselo a uno de los numerosos perros callejeros que hambrientos recorren las calles.

Al final todo salió bien, cenamos, nos duchamos y al día siguiente elegimos una perrita anciana para darle el salchichón maldito al cual no haría ascos, no sé si por no ser supersticiosa o porque tenía más hambre que el perro de un ciego. Esperemos que el embutido no le hiciera mal alguno a la perrina.

El propio Georgi en sus publicaciones en las redes sociales culpó a un salchichón de la avería del coche a la vez que halagaba la eficiencia de su mecánico para solucionar el problema ocasionado por el embutido. Todo esto a pesar de que nosotros nunca le contamos que habíamos osado introducir de contrabando un alimento maldito en el valle prohibido. De como se enteró nunca llegamos a saberlo.

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