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EL SEPELIO DE LA SEÑORA PITA.



Hacía frío y estaba oscuro. Había pasado un par de semanas con la salud delicada pero justamente cuando peor se encontraba y de repente, dejó de padecer.

-Que alivio. -Pensó ella.

-Lo de estar mal de salud es una auténtica mierda, con perdón. -Se dijo.

No es que estuviera especialmente cómoda, pero al menos ya no tenía esos dolores musculares y esa diarrea que tan débil la habían dejado. Solo notaba un poco de frío y una sensación extraña pero a la vez placentera que nunca antes había experimentado. Le daba pereza abrir los ojos y que la realidad le golpeara de nuevo con las penurias pasadas, por otra parte normales a su avanzada edad, pues era muy consciente de que ya no era ninguna pollita. Aún así decidió quedarse en ese estado un poquito más, Pablito aún no se había levantado y estaba segura de que su hermana tampoco, pues siempre era él el primero en desperezarse y ella la segunda, despertada por el ruido que el hombre de la casa hacía al levantarse sin siquiera un poco de empatía para con los demás. Sus cantos desafinados parecía que pretendían levantar, aún sin despuntar el alba, a todo el vecindario.

Podría pasarse en ese estado toda la eternidad, pensó, pero ya era hora de abrir el ojo de una vez por todas y enfrentarse al día a día, aunque por más que lo intentaba la señora Pita, que así se llamaba, no era capaz de ver más allá de sus narinas.

-No importa. -Se dijo.

-Seguiré así un poco más, quizá para siempre.

-Sentenció.

Lo que no sospechaba Pita era que nunca más volvería a ver la luz del sol, que no volvería a revolotear por el patio junto a su hermana y al gallo Pablito. No tenía ni idea de que ya no pertenecía al mundo de los vivos. Ya no sentía ni padecía.


Fue en un mes de julio de 2020 cuando Pita rompió el cascarón para salir de lo que había sido su refugio durante tres semanas. Lo que en un principio era un lugar cómodo y espacioso, poco a poco se fue convirtiendo en un cubículo estrecho y angosto hasta el punto de que ya no cabía en él y había sido necesario derribar sus duras paredes para poder comenzar una nueva vida, eso sí, a su debido tiempo, pues no era cuestión de salir a la intemperie medio en pelotas.

Mamá estaba débil. Alfa, que así se llamaba ella, había empollado casi sin moverse aquellas calurosas semanas manteniendo una docena de huevos debajo de su pechuga todo ese tiempo. Apenas había comido y solo se movía cada tres o cuatro días para hacer sus deposiciones, una suerte de bolas enormes que nunca dejaba cerca del nido. Pero cuando llegó el día ahí estaba, pendiente para romper con el pico los duros muros que aprisionaban a cada uno de sus hijos ayudándolos desde afuera, pues esos pequeños cuerpecitos a veces son incapaces de rasgar el cascarón, provocando una catástrofe. No tengo ni idea de como las mamás gallina saben el momento exacto, pero no cabe duda de que lo conocen. Aunque no siempre.


Se da la circunstancia de que Alfa siendo una buena madre, en su día había sido una mala hija, pues no había sido capaz de romper por sí misma el duro caparazón que la rodeaba, y esperando a que su madre lo hiciera casi le llega la muerte. Su mamá, la abuela de Pita, quizás por primeriza, quizá por falta de instinto, no había recibido la llamada de la naturaleza para picotear el huevo y si no hubiera sido por un extraño ser, Alfa no hubiera visto nunca la luz, y por consiguiente la propia Pita tampoco.

Por suerte ese día un enorme bípedo estaba pendiente de los acontecimientos y jugándose el tipo ante las picaduras de la madre inexperta en sus dedos, rompió las cáscaras de los dos últimos huevos que quedaban por abrirse de los que componían la puesta y que a la postre se convertirían en la madre de Pita y todos sus tíos y tías. Lamentablemente para uno de ellos fue demasiado tarde, pero por suerte la buena de Alfa logró sobrevivir.


Alfa empollando a Pita y a sus hermanos.


La infancia de nuestra protagonista, la pollita Pita, fue feliz sin duda. A los dos días ya estaba picoteando y conociendo nuevos territorios, siempre cerca de su madre, y en pocas semanas creció tanto que ya no podía dormir debajo de las alas maternas junto con sus diez hermanos. Aunque la familia nunca se separaba, con el paso de los días Pita y los demás eran cada vez más independientes y eso a la vez que es motivo de alegría también lo es de preocupación, y no pasó mucho tiempo hasta que nuestra amiga pudo comprobar con sus pequeños ojillos lo cruel que puede llegar a ser la vida.


Las familias gallineras pueden llegar a ser un tanto complicadas. Ya sabemos que la madre de Pita se llamaba Alfa y por descontado que tenía un padre, el cual se llamaba Jerry. Era este un gallo enorme, hijo de una gallina negra castellana que fue el origen del clan de todo el gallinero cuando fue madre de tres pollitos fruto de un encuentro amoroso, en verdad cientos de ellos, con un gallo negro llamado Trotski, que había sido adquirido en un almacén de venta de pollos. Pues bien, Jerry fue el padre de Alfa y por lo tanto abuelo de Pita, pero al mismo tiempo también fue el novio de su propia hija llegado el día y papá de nuestra protagonista, de Pablito y de toda la pollada. Al mismo tiempo Pablito, llamado así por poseer dos plumas largas que se asemejaban a una coleta negra, se emparejó con Pita, y tuvieron unos cuantos pollos más, por lo que el árbol genealógico del gallinero estaba más enredado que el de la familia más promiscua de Sodoma o Gomorra.


Aquel día toda la familia estaba de paseo cuando Jerry cacareo con fuerza. Por instinto todas y cada una de las gallinas adultas y de los pequeños corrieron prestos a la seguridad del gallinero, pero por desgracia y en sus ansias por explorar, algunos se habían alejado demasiado de su madre y no tuvieron tiempo de resguardarse cerca de ella, que aunque ya no podía protegerlos debajo de sus alas, a buen seguro hubiera hecho frente al poderoso halcón que descendió como un rayo del cielo y en un segundo mató y destripó a un hermano de Pita. La dureza de la vida quedó grabada a fuego en el pequeño cerebro de todos los hermanos, que desde ese día miraban con asiduidad el cielo ladeando su cabeza en busca de una sombra negra.

Después de ese episodio la vida siguió su curso. Algunos hermanos se mudaron a un gallinero cercano y otros, los gallos, fueron adoptados por otras familias a cambio de las más necesarias gallinas, que no olvidemos son las que ponen los ricos huevos. Juntos se quedaron a vivir Pablito, Pita, Hermana, su madre Alfa, su tía y el patriarca Jerry, que ya pintaba canas en su enorme cola y poseía unos inmensos espolones que no dudaba en usar contra cualquier bípedo o cuadrúpedo que osara acercarse a él. Comportamiento que a la larga le causó la muerte. Y es que Jerry había sido un pollo mimado. De madre negra y padre negro él había salido amarillo como el oro, seguramente debido a que nació de un huevo de alquiler. Su genética fue repartiéndose por todos sus descendientes hasta el punto de que en todas las generaciones posteriores de hijos, nietos y demás familia siempre salía algún individuo amarillo de pollo y blanco o rojo de adulto, como era el caso de Pita que era blanca, no así la mitad de sus hermanos que eran oscuros, Pablito entre ellos. Lo que sí conservaban todos era un tamaño pequeño y algunos un pequeño moño como el que tenía la matriarca, la gallina negra castellana. Como si el color se heredara por parte paterna y el físico por la materna. También ayudaba a la mezclolanza que las huevadas solían ser comunes de varias gallinas , que aunque familia cercana tenían diferencias. Una misma pollada tenía siempre un padre y varias madres, por eso de Sodoma y Gomorra.


El “bueno” de Jerry paso a mejor vida un frío día de invierno. Era la tercera vez que quedaba en coma inducido y fue la última. Coma inducido siempre por un palo que recibía después de tirarse y clavar con fuerza los espolones sobre el humano que se acercaba a él o le daba la espalda, pues Jerry era traicionero. Después de numerosos ataques con heridos y tras el tercer coma inducido por estacazo, el bípedo decidió aprovechar su estado de inconsciencia para sacrificarlo a la nada desdeñable edad de cuatro años. Su carne dura y negra, como su alma, no llegó a compensar todas las heridas y arañazos de difícil curación que había infligido a los despistados que se acercaban a su reino.

¡El rey a muerto, viva el rey!

O lo que es lo mismo: A rey muerto rey puesto.


Jerry con su bella estampa y su mala host*@.


Lula y Shack jugando con Jerry.


Pablito, hermano, esposo y padre, pasó a ser el nuevo gallo jefe del corral. No sé si fue por casualidad pero al poco perdió las plumas de la coleta que le habían dado el nombre y el carisma y se convirtió en un respetable gallo dominante. No heredó gracias a Dios el carácter de su padre siendo dócil y atento con sus chicas, a las cuales daba amor solo de vez en cuando, no como el malandrín de Jerry que lo hacía a todas horas causando incluso heridas a algunas de las gallinas, sobre todo a su favorita, pues por si no lo sabéis los gallos siempre tienen alguna favorita con la que copulan más a menudo, atormentándola a veces hasta el hastío. Gracias que el bueno de Pablito nunca fue de esos, esos bandidos que violan a las hembras. Tremendamente injusta es por lo tanto la fama de promiscuas de la gallinas, las cuales siempre intentan escapar del gallo y casi nunca lo logran.


Pablito y Hermana.


Y así siguió la vida, viviendo en libertad, siendo madre, comiendo bichejos, frutas, hiervas, trigo castellano y demás manjares. Todo fue felicidad, pero el tiempo no pasa en balde, sobre todo si has sido madre. En mis años de observación he podido constatar que las gallinas que son madres suelen vivir menos que las que no lo son, pues no todas tienen la capacidad para “güerarse” y por lo tanto para ser mamás. A los tres años aproximadamente Pita dejó de ser fértil. Por algún problema de esos de chicas dejó de producir huevos con lo que eso supone para una gallina ponedora. La cosa comenzó con puestas de unos huevos diminutos que no tenían yema, y terminó por no producir ningún tipo de óvulo. Por consiguiente la pobre Pita ya no producía nada, solo generaba gastos. Su destino estaba escrito.


Pita recién "parida"


Pero por suerte su bípedo era una persona empática y nunca nunca había sacrificado a ninguna gallina por el mero hecho de ser vieja como es habitual desde que la gallina es gallina. Simplemente si no pones huevos hacen contigo un caldo, es una ley no escrita. Pita no sabía el por qué, pero seguía viva y lo seguiría por otro largo año más, una cuarta parte de su vida dedicada únicamente a comer y dormir, como si de una jubilación gallinacea se tratara. Quizás a su dueño no le gustaba la gallina vieja aunque haga buen caldo, o puede que simplemente este agradeciera con ese tiempo de vida extra los servicios prestados en forma de huevos y pollos criados. Lo cierto es que en ese corral jamás se sacrificó una gallina y solo una vez un gallo, y previa sedación.


El bonito gallinero donde todos viven felices.


A los cuatro años Pita murió, de simple vejez y tras unos pocos días algo pachucha. Ley de vida. Aunque ese día no sería el final de su historia, pues aún quedaba un capítulo interesante y una última contribución de esa gran gallina.


Cuando te mueres tu cuerpo solo es eso, un trozo de carne sin más valor que el que pueda tener esa energía almacenada durante años y que tristemente ya no nos vale para nada. Cómo lo de los cuerpos incorruptos no es algo para nada común, todos y cada uno de nosotros acabaremos desapareciendo poco a poco por la acción de la descomposición en un agujero o del fuego en una hoguera, como es típico en ciertas culturas desde hace miles de años y ahora lo es en la nuestra. Yo personalmente me inclino a que mi cuerpo sea incinerado y luego con lo que quede abonen un árbol que crecerá fuerte y vigoroso por cientos de años. Creo que es lo más parecido a la reencarnación de lo que voy a estar. Hace muchos años vi en un documental como en el Himalaya un hombre acarreaba el cuerpo inerte de su mujer hasta una cima sagrada donde la dejaría para que los buitres aprovecharan su cuerpo. Una vez que solo quedaron los huesos sin carne, el sufrido viudo los machacó uno a uno con una piedra para que los tuétanos fueran también devorados. Pasados unos cuantos días de lo que pudiera ser el funeral más trabajoso del mundo, el pobre hombre recogió los restos de los huesos astillados, los envolvió en un trapo y se los llevó consigo de vuelta al hogar. Me pareció esta una forma mágica de dejar este mundo, aunque el velatorio se haga un poco pesado.

Como las gallinas de mi gallinero siempre mueren de viejas en agradecimiento a su dedicación, una vez muertas me gusta que su cuerpo sea aprovechado por otros seres para poder sobrevivir, por lo que en vez de enterrarlas o deshacerme de ellas en cualquier contenedor, lo que hago desde hace tiempo es dejarlo en un punto para que el primer ser hambriento que pase por ahí lo aproveche. Así había obrado en algunas ocasiones y así lo haría con la buena de la señora Pita. Su desgracia sería la suerte de un ser hambriento.

Y a todo esto siempre me había preguntado:

¿Y quien será el afortunado que consigue la cena gratis?

En esos momentos hacía cábalas de si podía ser un zorro, un tejón, una jineta o incluso en mis mejores sueños imaginaba que el rey del monte, el lobo, se pudiera merendar a la gallina difunta de turno. Ese día iba a salir de dudas.

Era oscuro y frío el ataúd improvisado de Pita, como decía ella al principio de este relato. No obstante estaba en un congelador esperando el momento oportuno para ser depositada en el punto donde varios de sus ancestros habían sido ofrecidos a los dioses con anterioridad, a la espera de que alguna pobre criatura los encontrara y se llevara el alegrón de la semana.

Cuando por fin llegó el día decidí sacar a mi buena amiga de nuevo a la luz del día, luz que ella ya no podía ver. La llevé al lugar señalado, le até las patas con un alambre al tronco de un árbol, y justo enfrente coloqué una cámara que grabaría, como se de una película gore se tratara, lo que iba a pasar esa noche, pues estaba seguro que no duraría más de unas horas el cuerpo sin ser devorado.

Aunque os pueda parecer que esta acción puede rozar el sadismo, a mi por el contrario me parece algo bonito. Alimentaría a una alimaña y conocería más de la fauna que vive en los alrededores de mi casa. Lo de atar a la pobre Pita por las patas solo era para que nadie se la llevara en sus fauces lejos del alcance de la cámara privándome de la sanguinaria película.

¡Hagan sus apuestas señores!

Ahora piensen mentalmente quien, según su opinión, se zamparà a la pobre gallina finada.

¿Será un zorro? Bajo mi punto de vista la opción más probable. Ojalá sea el lobo o ya de pedir mejor un oso, posibilidad esta bastante escasa pero para nada imposible.

Piénsalo en voz baja y me lo cuentas cuando nos veamos.

Y así fue como a medio día del Domingo de Ramos dejé a Pita vigilada de cerca por mi cámara de trampeo estando seguro de que esa misma noche desaparecería.

La idea era ir a buscar las imágenes un par de días más tarde para cerciorarme de que todo había terminado y no pasar por el mal trago de volver a ver el cadáver de mi gallina, pero 24 horas después y aprovechando que el lugar quedaba cerca de mi casa me decidí a ir a echar un vistazo. Al acercarme al lugar del delito y en una primera ojeada vi que pita ya no estaba. Solo unas cuantas plumas hacían imaginar que allí se habían comido a una gallina blanca. Con las manos temblorosas abrí la cámara y empecé a visualizar las más de cien fotos y vídeos que se habían tomado durante toda la noche. En una pantalla tan pequeña es difícil observar los detalles, pero sabría a ciencia cierta quien había merodeado por ahí.

La primera foto que se ve siempre es la última que a sido tomada, por lo que se tiende a visualizar la secuencia de los hechos en orden cronológico inverso. Por lo tanto la primera imagen era mi propia cara desconectando el dispositivo. A partir de ahí pude ver en medio de la noche un gato doméstico, lo que parecía un zorro, la cola de algún felino que pudiera ser otro gato, una cabeza negra sin identificar, un jabalí, otro jabalí, más jabalíes, un zorro, la cola de un cuadrúpedo misterioso, 38 jabalíes más, etc. De momento había muchos protagonistas pero entre el tamaño, la mala calidad de la pantalla del dispositivo y los cuerpos que tapaban la acción , no podía descifrar al ganador del premio gordo.

Solo me restaban 5 o 6 fotos por ver cuándo de repente y a una hora en la que todavía no era de noche, la cámara había captado a un cánido de espaldas, un cánido que parecía ser un lobo ibérico.

Extraje la tarjeta. Estaba nervioso. Me dirigí corriendo a casa para ver las imágenes en el ordenador, donde sin lugar a dudas tendría la secuencia clara de lo que había sucedido esa noche.

Esta vez comencé por la primera foto que había sido captada. Aún de día un mirlo se paseaba por al lado de pita olisqueando, si es que los pájaros olisquean, el cadáver de esta. Unas horas más tarde, pude ver al lobo, de espaldas. Estaba oliendo la gallina y en disposición de comérsela. Cuando ya no podía estar más nervioso y en la siguiente imagen, el lobo se dio la vuelta y resultó ser el perro del vecino con el collar puesto y todo. En la penumbra, el pastor alemán me había parecido un Canis Lupus Signatus de libro.

¡Menudo chasco!

Por descontado que Bobi no le hincó el diente al ave muerta, solo la olió y se fue.



Boby, el lobo que puso haber sido y no fue.


Las siguientes fotos serían la del gato negro, de otro bicolor y de la horda de jabalíes que se agolpaban en torno al cadáver y que ante mi incredulidad se lo comieron en un santiamén. No daba crédito a lo que estaba viendo. Todos sabemos que los gorrinos son omnívoros, pero no me esperaba poder observar a los cerdos salvajes mascar alegremente y con cara de bonachones a mi gallina. Más tarde un hermoso zorrete (foto al inicio del artículo) se acercó a comer los cuatro huesecillos que los jabalíes habían desechado en los 25 minutos que había durado el banquete. Sin duda había sido un premio de consolación, poca cosa, pero puede que suficiente para aguantar un día más con vida en este mundo tan difícil y hostil.

¡Que aproveche!


Piara de cerdos come gallinas.

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