HUGO, EL PINGÜINO ERRANTE.
- carbajoleo
- 7 abr
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 9 abr
El cruce del estrecho de Magallanes en la Primera Angostura es corto, en media hora de navegación pasas de estar en la zona continental de Chile y por lo tanto de América del Sur, a poner los pies en la isla grande de tierra de fuego, compartida esta con Argentina en una división trazada a escuadra y cartabón cuando se repartieron ambas naciones esta parte de la Patagonia. No sin antes discutir hasta llegar incluso a las manos.

Iba a ser mi cuarta vez en tierra de fuego y la tercera en la isla, pues la había visitado dos veces antes en la zona argentina, aunque ambas en la parte sur, más verde y agreste que la que estaba admirando desde la cubierta del ferry en esos momentos, que era un páramo llano o con colinas onduladas y amarillas.
La Primera Angostura es el paso principal de la zona insular a la continental chilena y viceversa, pero también es la forma más rápida de llegar de la parte argentina del sur del estrecho a la del norte. Por decirlo de alguna manera, es el cruce natural del estrecho de Magallanes. Se da la paradoja que utilizan este cruce mucho más los ciudadanos albicelestes, pues su zona de la isla es la que posee las ciudades más grandes, siendo las pocas localidades chilenas existentes en tierra de fuego poco más que poblados de madera, por lo que los chilenos controlan un paso que en realidad apenas utilizan. Por el contrario Argentina solo posee dos orillas encontradas del estrecho en la boca este, donde la distancia es mucho mayor y el clima un tanto adverso.
El día era soleado y el mar estaba calmado. Me preguntaba mientras observaba el agua en busca de vida salvaje desde mi atalaya flotante, si existiría una Segunda Angostura o incluso una tercera, o si solo habían denominado a esta la primera ignorando los descubridores si habría más y a su vez intuyendo que sí. El "internete" vino a responderme más tarde que sí, que hay otra no tan angosta y donde no cruza ferry alguno, denominada como no puede ser de otra manera como la Segunda Angostura.
Unos días antes Alexandra, una trabajadora turística suiza y afincada en Punta Arenas que se encontraba en viaje de prospección en la Isla Navarino, unos cientos de kilómetros más al sur de donde estaba yo en ese momento, me había asegurado que el viaje que estaba realizando no valía demasiado la pena. Un día entero conduciendo desde Punta Arenas y dos cruces del estrecho en ferry era demasiado pago para una hora de observación, pero yo ya lo tenía decidido antes incluso de llegar a Chile. En realidad estaba pensado seis años atrás, cuando me enteré de la presencia de una nueva colonia de pingüinos en la zona, un asentamiento tan extraño que era el más septentrional del planeta de esa especie, un lugar que solamente cinco años antes de que yo supiera de su existencia contaba con una cantidad mínima de aves, apenas unos pioneros que resultaba que no lo eran tanto, pues nunca se habían marchado del todo. Tenía decidido desde 2018 que cuando volviera a Chile o Argentina visitaría ese lugar y una jornada de conducción por carreteras estrechas y caminos de ripio no me impediría hacerlo. Quería ver con mis ojos a los pingüinos Rey.

Hace ahora poco más de 500 años que un tal Fernando de Magallanes y alguno más como Juan Sebastián el Cano, habían embocado este canal de agua salina con la esperanza de que tuviera una salida por el oeste y comunicar los océanos Atlántico y Pacífico, como así fue. Tomaron posesión de este para la corona española a sabiendas de que los gigantes Patagones llevaban viviendo en la zona por miles de años, cruzando el canal con sus rudimentarias canoas como quien navega en una pedaleta en el Parque del Buen Retiro de Madrid. Este atajo facilitaría la llegada a las indias evitando el cabo africano de Buena Esperanza de propiedad portuguesa, y abriendo un nuevo camino para llevar a las mesas españolas las ricas especias de oriente, por aquel entonces más valiosas que el mismísimo oro. Mesas pudientes se entiende. Aunque una cosa era tomar posesión y otra bien diferente poblar permanentemente esas tierras , lo que les llevaría muchos años y costaría cientos y cientos de vidas.

Un ferry cargado de vehículos de todo tipo es como un Tetris flotante, cuyas piezas primero hay que encajar y luego, a la llegada de nuevo a tierra, desmontar. Embarcar el primero no siempre significa salir en el mismo orden, por lo tanto hay que armarse de paciencia si tienes la mala suerte de quedar de los últimos. Aún me quedaban más de 200 kilómetros por tierra para llegar a mi destino y ya estaba cansado de conducir, porque desoyendo los consejos de la guía suiza no solo desafíe sus indicaciones de no ir desde Punta Arenas, si no que lo hice desde Puerto Natales a unos 200 kilómetros más al norte,por lo que cuando llegue a ese grupo de casetas en el medio de la nada que componen la reserva, estaba agotado, y para colmo llovía. No obstante estaba con la ilusión por las nubes.

Hugo es el nombre de un tipo especial en la reserva de pingüino Rey de la Bahía Inútil. Ha sido el último en incorporarse a la colonia este mismo año y al hombre le ha costado mucho adaptarse. Las riñas con sus vecinos fueron continuas al principio y aún bastante comunes a día de hoy como pude comprobar in situ, eso a pesar de llevar ya tres o cuatro meses viviendo en el lugar. Pero es que Hugo tiene un problema gordo que le impide relacionarse de forma normal con sus compañeros, Hugo es diferente a todos ellos, mucho más pequeño, con costumbres distintas y puede que hasta un idioma con graznidos indescifrables para los demás. Haber llegado desde lejos no le ponía las cosas fáciles, era un inmigrante si no ilegal, sí anormal.
En el año 2018 leyendo noticias y libros de la tierra de fuego y de la Antártida fue la primera vez que supe de este extraño lugar. Una noticia venia a contar que la colonia de pingüino Rey más septentrional del planeta crecía lentamente en el estrecho de Magallanes, en la Bahía Inútil para más señas, llamada así pues por su escaso calado y sus vientos desfavorables no valía para nada a los navegantes que buscaban en ella resguardo de las tormentas mientras atravesaban el estrecho de Magallanes. Pero lo que para unos pocos de navegantes era inútil, para unos muchos de pingüinos fue una bendición, pues esas aguas sin predadores, con peces fáciles de pescar y tranquilas, habían servido desde hace al menos 500 años para que unos pioneros pingüinos Rey, puede que perdidos de la colonias de las Malvinas o de incluso de más al sur, se establecieran y prosperaran allí, hasta que el hombre blanco los diezmo y casi los hizo desaparecer.

En el año 2011 solo 8 pingüinos Rey habitaban en la bahía. Se llegó a pensar incluso que ya no estaban, pues los que recordaban que allí había pingüinos eran demasiado pocos y demasiado viejos. De hecho muchos pensaron que la colonia había empezado de la nada en ese 2011, aunque algunas publicaciones antiguas y huesos encontrados recientemente datan su presencia cientos de años antes.
Narraba orgulloso Rodrigo que de los 8 animales que se encontraron en 2011 pasaron a 150 en tan solo 13 años y que esta temporada los conteos provisionales habían indicado la presencia de 250 individuos, pingüino arriba pingüino abajo. Que con Hugo serían 251.
Después de una charla instructiva nos dirigimos por la zona acotada y en un respetuoso silencio a observar a las graciosas aves de cerca si es que se dejaban ver, como así fue. Después de haber conocido unas diez especies de pingüinos en mi vida la gente podría pensar que estos serían unos más, pero no fue así. Su gran tamaño, sus bonitos y llamativos colores y sus feas crías presentes casi todo el año hacen de esta especie la más bonita con diferencia junto con sus hermanos mayores los emperadores, residentes estos en lugares remotos de la Antártida.
Observarlos bajo la lluvia, con sus matices amarillentos, sus picos naranjas y sus 50 centímetros de altura fue un verdadero espectáculo. Los polluelos, nacidos en febrero y residentes en la colonia hasta el siguiente diciembre son, por el contrario, una suerte de adolescentes feos del mismo tamaño que sus padres, pero con un plumón marrón oscuro, que los hace tan distintos que hasta hace no tantas décadas muchos estudiosos los catalogaron como una especie diferente.
¿Cómo de unos pollos tan feos puede salir un adulto tan bonito?
Los Oakum Boys (chicos estopa) fueron bautizados así por los balleneros ingleses al tener un parecido más que razonable con los ovillos de estopa que unidos a un palo y untados de brea se utilizaban para calafatear los barcos en la época.

-Disculpa Rodrigo. -Le dije al guía apartándome un poco del grupo.
-Creo que tenéis un intruso.
Mientras hacia fotografías con mi teleobjetivo y gracias al alcance de este, me di cuenta de que un pequeñajo caminaba entre el grupo de Reyes que afanosos se acicalaban las plumas.
-Tenéis un pingüino de Macaroni en la colonia. -Le dije.
A lo que me respondió:
-No, es un pingüino de Snares, un tipo de Rock Hopper, vino a mudar la pluma hace unas semanas y no se ha ido a pesar de que ya tiene el traje nuevo.
Sin más explicaciones me despacho Rodrigo, sin decirme que él mismo lo había descubierto y sin comentarle a nadie más del grupo de la presencia del pequeñín. Aquí agradecí haber cargado con mi pesado equipo fotográfico por tres semanas. Solo Ana supo de su presencia ante las llamadas repetitivas que le hice emocionado por ver otra especie de pingüino.
Ya en el hotel con los ojos enrojecidos después de unas horas de conducción nocturna bajo la lluvia y otro cruce del estrecho, pude investigar un poco más sobre Hugo, y lo que descubrí me dejó boquiabierto.

Resulta que Rodrigo un día notó su presencia y al observarlo detenidamente los biólogos de la reserva se dieron cuenta de que no era un Rock Hopper cualquiera, Hugo pertenece a una especie endémica de un lugar lejano y nadie sabe como pudo llegar allí. Algunos apuntan que lo hizo arrastrado por las corrientes marinas, otros que llegó de polizón o quizás de mascota en un mercante y que se tiró a las aguas del estrecho en un descuido de su captor o quizás fue abandonado cual perro en una gasolinera. Lo cierto es que el pequeño pingüino de Snares había recorrido los 13000 kilómetros que le separan de su hogar en Nueva Zelanda a saber cómo, se había presentado en su nueva colonia y después de mudar su pluma en el lugar durante un mes como hacen todos los pingüinos sin poder meterse al agua, se había ido, pero cuando nadie lo esperaba regresó y ahí se ha instalado. Nadie a ciencia cierta sabe de su pasado más allá de que nació en la isla sur de Nueva Zelanda y mucho menos de su futuro, pues no deja de ser una especie foránea que podría alterar ecosistemas y por lo que hay cierto recelo en el mundillo de los entendidos en pingüinos. Lo cierto es que Hugo se ha instalado con sus hermanos adoptivos grandullones quizás porque en ausencia de sus iguales no ha visto una opción mejor, ya que los pingüinos son animales sociables aunque solo sea para estar todo el día a la gresca. Si su futuro pasa por establecerse en Bahía Inútil, estará condenado a no reproducirse nunca más, a ser un forastero entre sus compañeros y una curiosidad para los visitantes. Si por el contrario se marcha intentando volver a su hogar, probablemente nunca lo logre. Lo que está claro y como clamaron los biólogos de la reserva en una publicación en redes sociales cuando regresó es que:
¡HUGO HA VUELTO!
P.D. Querida Alexandra, si que mereció la pena.
Pobrecito Hugo ,bueno igual encuentra novia ,ellos no saben que es mejor el intercambio para mejorar la raza jajaaaa,lomismo si volvéis lo encontráis con una esposa e hijitos 👍♥️