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LA VUELTA AL MUNDO EN 15 DIAS. "Con escala en Japón"


Aún casi ni habíamos despegado y ya estaba cansado. A mi lado Galina, una chica Moldava aunque española de adopción, hablaba en un inglés rudo, arrastrando las erres, con un científico japonés que había ganado su corazón al saber situar a su pequeño país en el mapa. Y no solo eso. Conocía la realidad de Transnistria, una pequeña zona separatista fronteriza con Ucrania y de mayoría rusa de la que poca gente sabe de su existencia. No obstante, nuestro amigo no era un don nadie, pues se dirigía a dar una conferencia a Londres sobre el mundo de las vacunas y la experimentación animal. Sus estudios consistían en como minimizar la utilización de animales en los procesos de creación de vacunas y evitar el enorme sufrimiento de esos seres vivos, que pagan con su vida para que nosotros no perdamos la nuestra.


-¿Se podrá evitar el sufrimiento animal?-Le pregunté ansioso.


A lo que me respondió con un decepcionante:


-“Lo estamos intentando”.


Después de la cena y de una animada conversación con mis dos compañeros de asiento, me sobrevino el sueño, y mientras dudaba si dormir o estar en vela las 14 horas de vuelo para intentar mitigar el más que probable jet lag, cerré los ojos un nada y menos, solo para descansarlos. Fue en ese estado de duermevela, donde se mezclan los sueños con la realidad, cuando despegué el párpado izquierdo, el de mi ojo bueno, y en la pantalla del vecino pude ver como el mapa de ruta señalaba que nos encontrábamos justo encima de Anchorage, poco más de un año después de que lo visitara en mi viaje a Alaska. En mi excitación por recordar vivencias pasadas no caí en la cuenta de un detalle que luego vino a mi mente en la siguiente pausa de párpados: estaba a medio día de completar la vuelta al mundo, 15 días después de haberla comenzado y con una única escala: Japón, el país del sol naciente.


Lo primero que me llamó la atención al pisar la capital nipona fue la enorme cantidad de gente que pululaba por la red de transporte público. Con 37 millones de personas habitándola Tokio es una suerte de infinitas construcciones, de tal manera que si te subes a la torre más alta de la ciudad no verás nada diferente a edificios y más edificios. Enormes rascacielos, bloques más modestos y casas bajas forman una monstruosa mole en la que millones de personas se tienen que mover a diario para ir a trabajar o a realizar sus quehaceres. Imaginaros como tiene que ser la red de metro, ferrocarriles y autobuses en una urbe ten inmensa y con un transporte privado casi inexistente por su poca utilidad y sobre todo, porque tener un vehículo propio allí es un artículo más que de lujo.

Un monorraíl, un tren y dos líneas de metro más tarde llegamos a nuestro barrio sin más incidencias, alucinados aún con el orden y la educación de los tokiotas, que sería la misma que la de todos los japoneses. Por norma general, las ciudades en Japón son tranquilas, máxime teniendo en cuenta el tamaño que tienen la mayoría. Cualquier urbe desconocida (desconocida por mi, quiero decir) puede tener muchos cientos de miles de habitantes e incluso millones, por lo que cuando hacíamos un transbordo de tren en nuestros desplazamientos, no sabíamos si lo haríamos en un apeadero o en una megaestación de 40 andenes.


El popular Shibuya crossing.


El barrio de Akasaka es un reflejo de lo que son las metrópolis japonesas, una suerte de pequeños oasis de tranquilidad empotrados en el caos urbanita, aunque son inmensa mayoría las zonas tranquilas frente a las caóticas. Nada más salir de la boca de metro una calle semipeatonal de casas bajas nos dio la bienvenida. No había apenas coches y los que circulaban lo hacían en silencio, como si hubieran sido educados en el mismo centro de enseñanza que sus dueños, la escuela de no hacer ruido. Nunca había estado en una ciudad tan inmensa y a la vez tan tranquila. Por norma general en estas urbes caminando unas cuantas calles en cualquier dirección te acabarás encontrando con una gran avenida, que volverá a desaparecer una vez la cruces dejando paso de nuevo a las callejas tranquilas y las casitas bajas, donde los vecinos viven como si lo hicieran en un pueblo. Sencillamente me pareció una idea genial, que hace que Tokio con casi 40 millones de habitantes sea un lugar mucho más habitable que otras ciudades asiáticas que son el esperpento aún a pesar de tener unos pocos miles de vecinos. Fue esa misma noche, mientras caminábamos sin rumbo, cuando pude ver al primero. Ahí estaba, al lado de unos operarios que arreglaban una farola, el primero de decenas y decenas de estos especímenes tan curiosos que me encontraría por todo el país. El primero de los señalizadores.


"Callejo" de un barrio de Tokio


Cuando viajamos a Japón lo primero que pensamos los españoles es que nos vamos a dejar los ahorros de toda una vida en el intento, y nada más lejos de la realidad, aunque si te empeñas en ello por descontado que puedes lograrlo. El alojamiento lejos de ser prohibitivo es bastante más asequible que en España por ejemplo. Y cuando digo España no me refiero a las grandes capitales en donde te “soplan” 50€ por compartir una litera en una habitación para 6 personas. Me refiero a cualquier ciudad media e incluso pequeña como en la que yo vivo: Ponferrada. Un alojamiento similar en Asakusa como pueden ser por ejemplo los famosos hoteles cápsula, te puede salir por unos 20€ por noche, con pijama, cepillo de dientes, champú, zapatillas y demás parafernalia incluidos. También puedes pernoctar en pequeños hoteles, pisos de alquiler e incluso establecimientos más lujosos por bastante menos y claro está, por muchísimo más.

Con el mayor número de estrellas Michelin del mundo, el país del sol naciente destaca sobre medida por la calidad y variedad de su comida. Shushi, ramen, tempura, takoyaki, nigiris, tatakis, sashimi, gyozas, okonomiyaki, onigiri, udon, soba…….. sin olvidar las famosas carnes de Hida o kobe, todo ello cocinado en todo tipo de restaurantes callejeros, de lujo e incluso en pequeñas habitaciones en el 8° B de cualquier bloque de viviendas. En el lugar más inesperado puedes encontrarte una tasca para comer o cenar. Quizás la excepción sean las carnes de buey que son platos caros comparados con los demás y se suelen servir en restaurantes más selectos, aunque puedes comer una chuleta de Kobe por menos de la mitad de lo que te cobrarían por algo similar en cualquier lugar de España.


¡Pescaderoooooo!


Carde de Hida.


Los deliciosos okonomiyakis preparados in situ.

Son tantos y tantos los lugares que visitar en Japón que si vas con otras personas y sobre todo si son unos enamorados del país, puedes terminar angustiado al tener que elegir los sitios a donde ir. Sólo en la capital te podrías pasar una semana si lo que te gustan son los comics, el arcade, la electrónica, las tiendas de lujo o segunda mano, los templos, los famosos jardines estilo Zen, el karaoke e incluso el porno de dudoso gusto y como no, los salones de masaje o como se les denomina en mi pueblo: Puticlubs.

Pero para conocer Japón puedes y debes salir de las grandes urbes y moverte por todo el país en el medio de transporte más utilizado: el tren.

Todo viajero a Japón conoce o debe de conocer el famoso bono de transporte llamado JR pass, que por menos de 400€ te permite utilizar todos los trenes de la red pública, algunos autobuses y hasta ferrys, para moverte por todo Japón, aunque la cosa no es tan fácil como pueda parecer. Haciendo gala de la mezcla casi imposible que los japoneses hacen con lo tradicional y lo moderno, la tarjeta bono ferroviaria fue el primer encontronazo que me di con esa forma de entender la vida que tienen los nipones. Después de pagar dicho bono desde España (cosa obligatoria) me llamó la atención el hecho de que la única opción de recibirlo fuera por correo, sí eso de meter algo en un sobre, ponerle un sello y echarlo en un contenedor normalmente amarillo y esperar que por medio de una especie de hechizo llegue al destino a los pocos días. Claro está que los japoneses no se iban a quedar anclados en el pasado reciente y tendrían otros métodos para hacer llegar el ticket a tu casa, obviando, eso sí que ya no es propio de este siglo lo de tener que poseer un documento físico para coger un tren, lo que antes solíamos llamar billete. En una virtud de modernización también cabía la opción de recibir el documento por mensajería. Pues así fue como pagué y esperé a que se hiciera la magia, pero la magia no acababa de hacerse. Después de quince días me empecé a preocupar, pues mi carta no llegaba. Tras varias decenas de intentos por contactar con alguien y reclamar mi preciado tesoro, llegué a meditar si asesinar a algún japonés al azar y así al menos desahogarme por la pérdida de mi dinero. ¿Pero a quién asesinar si solo me hablaban señoritas con una estridente voz metálica que me invitaban a pulsar el 1 si deseaba reclamar un envío, el 2 si lo que quería era cambiar la dirección de entrega , el 3 si hacer otra consulta o el 4 para hablar con un teleoperador de carne y hueso, que debía de estar tomando café toda la mañana pues nunca descolgaba el put# teléfono, seguramente a sabiendas de que la musiquilla de espera acabaría por hacer desistir hasta al más paciente de los clientes más pacientes.

-¿Acaso el número 5 servía para cagarme en todos los muertos del que tenía retenido mi paquete? – Me preguntaba a diario.


-Por favor no cuelgue el teléfono al terminar la llamada, le rogamos conteste a una pequeña encuesta de satisfacción de tan solo 259 preguntas. Graciassss.


Así fueron pasando los días hasta que por pura casualidad y a través de mi bien hallada Ana y tras el asalto casual a la furgoneta de reparto, pude conseguir el sobre con mis papeles, que ya estaba olvidado en un sucio rincón de una Fiat Ducato a la espera de perderse allí para siempre.

-A ver tío, mira que te he explicado veces que no es lo mismo vivir en la calle Puebla de Sanabria de Ponferrada que hacerlo en Puebla de Sanabria provincia de Zamora.


-¡Has estado en mi casa 60 veces y hasta nos saludamos por la calle cuando nos vemos!


Esto no pasaría de ser una anécdota si no fuera porque estuve a 48 horas de irme a Japón sin mi bonotren de 400 Euros, perderlos y encima tener que pagar los transportes una vez allí, lo que podrían suponer otros mil lereles al menos.

¿Por qué diablos no pueden mandar un billete electrónico, un código QR o un algo que no dependa de que el cartero nunca llama dos veces?

La muestra de la convivencia de tradición y modernidad me había abofeteado antes incluso de poner un pie en el imperio del sol naciente, y no sería esta ni mucho menos la última vez que lo iba a hacer.


Tokio.


Si naces en Japón llegarás a vivir una media de 86,9 años, lo que supone la esperanza de vida más alta del planeta, cosa que se hace evidente una vez pisas el país. La gente mayor es mayoría, valga la redundancia. Pero claro, nacer en Japón no es para nada fácil, pues es uno de los países del mundo con menos nacimientos con tan solo 1,3 vástagos por mujer y bajando, lo que supone que la sociedad japonesa se esté convirtiendo en una sociedad envejecida. Si has de ser concebido como humano, realmente tendrás más posibilidades de ver la luz en muchos otros países antes que en el que nos ocupa, como por ejemplo en la mayoría de los de África, donde las mamás paren hasta siete hijos de media. Todo esto hace que ver a un niño por la calle sea cosa rara. Así, que cuando vi al primero habían pasado dos o tres días y sin embargo ya había tenido la posibilidad de cruzarme con centenares de ancianos de muy avanzada edad, doblados sobre sí mismos debido al paso inexorable de los años y supongo, que después de una vida dedicada a las reverencias para con sus semejantes, pues si una acción es repetida en este país es la de la reverencia.


Niños japoneses ( Laponica homines minus rara)


Todo esto supone que en cada generación por cada dos japoneses solo se reemplaza uno y la población no para de caer como es lógico. Pensaréis que la falta de niños hace que la japonesa sea una sociedad triste, llena de viejos y sin alegría. ¿Y si os dijera que en España también vivimos muchos años y somos poco dados a copular con fines reproductivos? Casi 84 años de esperanza de vida y 1,25 hijos por mujer hacen que España esté igual o incluso peor que Japón en el tema poblacional, por lo que la falta de niños por la calle supongo que tendrá alguna explicación más compleja. Y sin embargo haberlos haylos.

Con todo esto continuó nuestro viaje por el país del sol naciente, llamado así por el círculo rojo sobre fondo blanco de su bandera, que también a dado lugar a numerosos chistes muy utilizados en nuestro país por la similitud del punto rojo con lo contrario a un amanecer: un orto. Pronto quedó patente que Japón tiene una inmensidad de templos y castillos a cada cual más espectacular. Los jardines públicos y privados cuidados con mimo también hacían nuestras delicias y en el ansia por ver todo lo disponible en el catálogo de cosas que ver en Japón en 15 días, comenzamos una especie de yincana que nos dejaba agotados una vez caía el sol. Takayama con sus calles de casas de madera, los arrozales del poblado de Sirakawa-go, Kanazawa en las costas del mar de china, Kyoto con sus innumerables templos y maravillas que solo una ciudad patrimonio de la humanidad puede tener, la maravillosa villa de koyasan con sus decenas de lugares sagrados y sus alojamientos tradicionales, Hiroshima y su triste historia, la moderna ciudad de Osaka con sus grandes edificios y sus puestos de comida callejera, la isla de Miyajima y sus impresionantes vistas, y como antes dije el bullicioso y a la vez tranquilo Tokio entre otros miles de lugares.


Aldea de Shirikawa-go. Alpes japoneses.


Torii de Miyajima y Osaka de noche.


Pero si con algo me quedo de este maravilloso país es con sus gentes.

Parados en el metro esperando a que un miembro del grupo evacuara la vejiga, un hombre se paró de entre la multitud que caminaba a toda prisa de un lado al otro y me preguntó:


-¿Te puedo ayudar? ¿Estas perdido?


A lo que yo contesté con un no gracias y la pertinente reverencia que siempre se hace a modo de saludo. Pero no fue el único. En los pocos minutos que duró la parada otra persona se ofreció a ayudarme y a sacarnos del inmenso laberinto en el que se puede convertir un metro o una estación de tren en Japón. La amabilidad es un rasgo que define perfectamente a los japoneses, eso y sus exquisitas costumbres para con el cumplimiento escrupuloso de las normas de convivencia y comportamiento.

Tener en posesión en plena calle un residuo, se puede convertir en una pequeña pesadilla para cualquier extranjero. Casi todas las jornadas acumulabas basura en los bolsillos o mochilas por un simple hecho que está estrechamente relacionado con una de las costumbres más exquisitas de los japoneses: la de no tirar nada al suelo. Y te preguntarás que eso no es nada novedoso en las sociedades más avanzadas, donde la conciencia ecológica está bastante arraigada. Y así es. Lo que diferencia a Japón de esos otros modernos países es una cosilla que para ellos no tiene importancia y para nosotros sí, la total inexistencia de papeleras en la calle.

¿Pero donde tira esta gente la basura?

Pues supongo que igual que nosotros en esos días lo harán en su santa casa. Se daba la circunstancia de que, como dije antes, teníamos que cargar con los desperdicios generados durante horas pues no había lugar alguno donde dejarlos, y el suelo no era una opción. La limpieza de las calles es tan escrupulosa que ni al más bandido de los españoles se le ocurriría siquiera tirar la ceniza de un cigarrillo, es más, ni tan siquiera está permitido fumar en la calle, solo en zonas habilitadas para tal fin, las cuales son muy escasas. El servicio de limpieza es casi inexistente, cada cual gestiona sus residuos que creedme no son pocos. Y es aquí donde la realidad de Japón me sorprendió de nuevo.

¿Cómo es posible que una sociedad tan empecinada en mantener todo tan limpio y ordenado hasta el punto de que tengas que pasar horas con una botella de plástico en la mano, sea al mismo tiempo una productora de residuos de primera?

Todo en Japón está envuelto en plástico una, dos y hasta tres veces, llegué a ver cómo te metían la bolsa de la compra en otra de plástico cuando llovía, las fundas de plástico de los paraguas, las servilletas envasadas en plástico, te regalan en los hoteles todo tipo de artilugios de usar y tirar. ¿Para que demonios necesito un cepillo de dientes y un botecito de pasta cada noche? Las máquinas expendedoras presentes en cada esquina dispensan todo tipo de productos requeteembalados. Y es aquí donde de nuevo las costumbres japonesas chocan entre ellas. La cultura del reciclaje está tan arraigada que es común que las gentes realicen cursos para saber en cual de los 40 contenedores diferentes deben de tirar su desperdicio, convirtiéndose la gestión de la basura en los domicilios en una especie de liturgia donde hay que mirar el calendario para sacar la basura que toca, el día indicado para ello. ¿Pero por qué la sociedad más limpia del planeta y una de la que más recicla es la segunda del planeta que más mierda genera solo por detrás de los estadounidenses? Esta es una cuestión para la que no tengo respuesta. Es como si estuvieran en lucha las costumbres adquiridas de la cultura de un solo uso americana, con las de aprovechar todo lo máximo posible de los japoneses. Es algo tan contradictorio como que los japoneses son capaces de poner decenas de contenedores en casa para separar basuras y luego estar a favor de la caza de ballenas, las matanzas de delfines y no plantearse siquiera reducir el consumo innecesario y abusivo de ciertos materiales con una vida útil de minutos. Otro pequeño defecto que es difícil de entender en una sociedad tan moderna es el de la cosificación de la mujer y un machismo exageradamente superior al de nuestro país. Pero ese sería otro tema a debatir.

A pesar de estos "defectillos" los japoneses derrochan buen hacer. Me llamó la atención como al final de un partido de béisbol al que asistí, cada persona se llevaba sus desechos hasta unos voluntarios que con grandes sacos se ocupaban de recogerlos, quedando el estadio como los chorros del oro después de haberse celebrado la bacanal de los derivados del petróleo, productos la mayoría totalmente prescindibles. En ese mismo partido, las dos aficiones separadas en la grada coexistían cual hermanos animando a sus respectivos equipos ¡por turnos! y bajo ningún concepto silbando ni mucho menos insultando a los rivales, ni por descontado a sus propios jugadores por muy mal que estos lo hicieran.


Hinchas del Yokohama. Los nuestros.


Vista general del estadio de los Swallows de Tokio.


Chica vendedora de bebercio.


Pero aún había un misterio que no era capaz de entender y que tardé en descifrar, aunque solo a medias, unos cuantos días más tarde. Lo haría parcialmente en esa amena charla con el profesor en el avión de vuelta a España. El misterio de los señalizadores.

El bus que nos llevaba al famoso templo dorado de la hermosa ciudad de Kioto iba abarrotado. Fue allí donde al fin y después de demasiadas jornadas pude hacer algo que siempre me llena de orgullo y satisfacción: el imbécil con los niños. Como dije anteriormente la escasez de niños es un problemilla de la sociedad japonesa, son tan escasos que casi podrían ser declarados como especie en peligro de extinción. No obstante y para ser tan poquitos, disfrutan de algo que en España nuestros niños han dejado de tener desde hace ya algunas décadas, la libertad de ir y venir solos al colegio. Hileras de niños desfilan a diario hacia sus centros escolares vestidos casi todos con el uniforme de su colegio, la mochila cuadrada típica de los dibujos de Doraemon y la gorra a juego. Hasta en las ciudades más grandes , los infantes de 5 o 6 años van solos al colegio o en grupo, algunos en bicicleta y los más caminando.

En bicicleta hacia el colegio. ¿Caminando? 🤷🏻‍♂️


Aquella mañana en el autobús fue sin duda uno de los mejores momentos del viaje junto con el ya mentado partido de béisbol. Como todos los niños del mundo los nipones son curiosos por naturaleza. A pesar de no saber casi ni una palabra de inglés, durante más de una hora pude compartir experiencias con ellos y reírnos una y mil veces.

-¿ Well Al you Flon? – Nos preguntaron a modo de saludo.


- Spain, Spain.


A lo que respondieron como hacen niños y adultos en Japón, con un:


-Ohhhhhhhhhhh.


Seguido de aplausos, cruce de miradas y gestos de afirmación entre ellos.


-¿jau ol ar you?


- Soy muy mayor. – Les respondí.


- 46 añazos.


-Ohhhhhhhhhhh. – Más aplausos y algarabía.


Poco a poco me enteré de que algunos jugaban al béisbol, deporte nacional. El más flaquito y con pinta de ser un auténtico bandido era bateador si mal no recuerdo y el otro, gordito de más para la media de peso japonesa era el catcher, como no podía ser de otra forma por su físico. Al lado otra niña más mayor no me quitaba ojo, y si no fuera por su edad y la mía, habría jurado que incluso se estaba enamorando de ese ganso extranjero que tanto estaba disfrutando de la compañía infantil. Y así fueron pasando los minutos entre risas, miradas, algunas correcciones de la niña enamorada y confesiones de los unos con los otros, salvando una barrera que tengo comprobado que es una de las más sencillas de saltar si se desea, la del idioma. Ya en el templo dorado y después de cruzarme con mis pequeños amigos en más de una ocasión, me di cuenta de que la enamorada no era otra cosa que la profesora, que no me quitaba ojo en el bus un poco por la obligada vigilancia de sus pupilos que estaban hablando con un viejo extraño y un mucho por la curiosidad que tenía de ver como un español se lo pasaba tan bien charlando e impresionando a los pequeños. En la última ocasión que me crucé con el grupo colegial la profesora se me acercó y a la vez que hizo la típica genuflexión me susurró algo con una expresión de vergüenza y timidez en su rostro que nunca olvidaré. Me dijo:


-Gracias.


Ni una palabra más. Quizás la niña profesora (se me hace difícil saber la edad de los japoneses a simple vista) se había prendado de mí después de todo. Puede que le sorprendiera mi carácter abierto con sus alumnos, algo tan extraño en la sociedad japonesa, donde el simple cruce de miradas se considera algo íntimo y personal y el contacto físico incluso entre conocidos es inexistente. Fuese como fuese ese gracias fue uno de los mejores regalos que nunca nadie me ha hecho.


Mis dos colegas. De la profe no tengo foto.


El profesor cenaba con apetito canino mientras nos contaba sus historias y respondía al tiempo a nuestras preguntas. Era una persona culta, de eso no había duda, pero a la vez curiosa, cualidades que bajo mi criterio van unidas, si es que no son la misma. Ya se había bebido dos botellas de vino, una de tinto y otra de blanco (de las pequeñitas de los aviones) y parecía que los ojillos se le querían cerrar, cerrar más de lo que un japonés los tiene normalmente, que no es poco. Yo no quería dejar pasar la ocasión de resolver algunos temas que me habían atormentado los días anteriores al no encontrarles respuesta.

-Yo te digo que estos tíos están subvencionados por el gobierno. -Decía Guillermo cada vez que nos cruzábamos con uno.


-¿Quién va a pagar un salario a alguien por hacer eso? No tiene sentido.


Yo también estaba desconcertado. Desde el mismo día que habíamos llegado a Japón nos había llamado la atención una serie de personajes a los que habíamos bautizado casi de inmediato como los señalizadores, pues era esa la única labor que realizaban. Los primeros que pudimos ver fueron aquellos que acompañaban a un par de electricistas que cambiaban una bombilla en una farola. Uno a cada lado del tajo señalaban a los casi nulos transeúntes, pues era de noche, y al escasísimo tráfico, de que dos compañeros estaban trabajando en la acera. Después de ese episodio pudimos ver a muchos más, casi a diario. En algunas salidas de aparcamientos privados un señalizador se encargaba de avisar a los peatones de que un vehículo salía de la cochera y que había peligro para ambos, transeúntes y piloto. Si unos operarios estaban limpiando las calles de madrugada, un par o tres señalizadores nos lo hacían saber. Junto con las docenas de luces de señalización y las múltiples balizas aparecían ellos para realizar una tarea a las claras innecesaria. Muchos de ellos se encargaban de trabajos más normales como parar el tráfico para que los colegiales cruzasen sin peligro, peligro casi nulo pues los conductores japoneses se caracterizan por respetar todas las señales existentes e incluso aquellas que no han sido aún inventadas. Un día en Hiroshima, mientras comíamos en un banco en plena calle, nos deleitamos viendo trabajar a un par de jardineros seguidos de sus dos sombras que no eran otros que un par de señalizadores. Mientras uno pasaba el cortacésped en un jardín en medio de una ancha acera, un par de señalizadores trataban por todos los medios de avisar a los peatones del serio peligro que podía suponer caminar a diez o doce metros de una persona utilizando una máquina tan peligrosa. Cuando llegó la hora de recortar los bordes con una desbrozadora la cosa se puso mucho más seria si cabe. Por todos es sabido que esa máquina si que puede proyectar piedrecitas o palitos a una distancia grande e impactar con vehículos o la cara de algún despistado. En este caso en España no se suele señalizar nada en absoluto, confiando en la profesionalidad del jardinero que procederá con cuidado, y en las ganas de conservar los dos ojos de los posibles despistados que pasen cerca. A lo sumo he llegado a ver un par de conos indicando que alguien está trabajando. Ese día mientras un operario desbrozaba, otro indicaba el peligro con banderitas, y un tercero manejaba un parapeto a modo de pantalla delante del trabajador, para detener los posibles proyectiles.

¡Tres personas para desbrozar el borde de un césped!


-Esto es un plan destinado a que no exista el desempleo en Japón. -Clamaba Guillermo.


- Esto no es rentable ni tan siquiera en un país africano, donde la gente puede llegar a trabajar por la comida.


La verdad es que la estampa era digna de una película de Buñuel, y lo mejor de todo:

¡No había ni un solo transeúnte por el lugar al que pudieran dañar!

Fueron decenas los que pudimos observar y casi todos tenían un denominador común. La gran mayoría de señalizadores eran gente de avanzada edad.

Señalizadores señalizando.


Poco antes de que los achinados ojos de nuestro amigo japonés se cerraran para no volverse a abrir hasta Londres le pregunté.


-¿Por qué trabaja tanta gente mayor en tu país?


Yo casi tenía la respuesta en mi cabeza, y nuestro colega el profesor borrachín me la confirmó.

-Como sabrás amigo, la población japonesa está envejecida. No hay relevo generacional.


Lo cierto es que el sistema de pensiones japonés ha estado a punto de colapsar por este motivo. Me comentaba mi colega que los pensionistas más mayores aún disponen de subsidios generosos, pero que las nuevas generaciones de jubilados se tenían que conformar con unos sueldos tan precarios que apenas dan para sobrevivir por lo que se deben de buscar otros empleos, casi todos consistentes en tareas sencillas y a ojos de un europeo completamente inútiles. Está claro que los japoneses han aceptado esta situación un poco por necesidad y puede que un mucho por su carácter servil. El caso es que comulgan con el mantra de que como nacen pocos niños no hay quien cotice para las pensiones presentes. Este es un mandamiento que casi cualquier economista te dirá que es de obligado cumplimiento, aunque yo no termino de comprenderlo.

¿Si dejan de trabajar mil personas y sus puestos los ocupan otras mil personas cual es la diferencia entre el antes y el después? ¿Qué la gente vive más? Eso es cierto seguramente, ¿Pero tanto más como para no tener una pensión y tener que trabajar hasta los últimos días?

Nuestro economista capitalista dirá que en realidad la campana poblacional no soporta la tasa de reposición, pero las cifras indican, no sólo en Japón, que esos puestos se cubren, y si no es por japoneses de ocho apellidos samuráis, lo será por otras gentes menos puras nacidas en diferentes países. Por lo tanto ¿Cuál es el problema?

Si el precio que tengo que pagar para jubilarme y pasar los últimos años de mi vida relajado es que otras culturas convivan con la mía lo acepto. Estoy dispuesto a ello a la espera de que nos entren las ganas de reproducirnos. Parece que el pueblo japonés se ha resignado a trabajar hasta que sus pequeños cuerpos aguanten, quizás por su carácter y en nombre del cumplimiento de un deber mayor al de su bienestar personal, pero creo sinceramente que a los buenos japos se la han colado bien colada.

Todo esto no me sacó de dudas acerca de por que demonios existían unos trabajos tan absurdos como los que realizaban los señalizadores, con lo que me quedaré con la hipótesis de Guillermo.


-¡Esto está todo subvencionado! Te lo digo yo.


P.D. Investigando algo más acerca de labores absurdas niponas he podido constatar que no sólo en las calles se realizan este tipo de trabajos sin sentido, si no en todos los ámbitos. En un país donde el paro es casi inexistente cabe pensar que se aplican ciertas políticas keynesianas como sospechaba mi colega. Decía Keynes que excavar agujeros para buscar tesoros aunque no los encontraras y luego taparlos generaba riqueza y empleo por sí solo. Lo que quería decir es que hay que mover la economía aunque sea con dinero público, ya que ese dinero se redistribuye rápidamente y vuelve en poco tiempo a las administraciones a través de los impuestos que antes lo habían soltado con fines poco rentables a priori. ¿Y si es eso lo que hace Japón? ¿Y si Guillermo tiene razón?


P.D. 2. Agradecer a Jorch, Vanesa, Mónica, Aitziber, Itziar, Guillermo, Galina y Pilar su compañía en esta aventura.


P.D.3. Lo de la vuelta al mundo solo fue una anécdota que se dio por el hecho de volar hacia el Este en el viaje de ida, y de nuevo hacia el Este en el de vuelta. Esto unido a que la tierra es redonda trajo como resultado que volviera al punto de partida en vez de precipitarme por un abismo sin fondo de haber sido plana.


Chica posando en Fushimi inari.

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