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PÁJAROS EN LA CABEZA.


Todos alguna vez hemos tenido una etapa en la vida en la que hemos soñado con imposibles, algunos incluso la siguen teniendo hasta el día de su muerte. Puede que yo sea uno de esos. Normalmente cuando crecemos y nos hacemos adultos nos damos cuenta de que los imposibles son eso, cosas que son irrealizables o que es muy difícil que se cumplan. No obstante y ya de adulto sufrí un fuerte episodio que nada tuvo que ver con quimeras, pero al cual se le podía denominar de la misma forma que a estas.


¡SUFRÍ DE PAJAROS EN LA CABEZA!


DESCAMPADO: adjetivo · nombre masculino

[terreno] Que está descubierto, no tiene viviendas, ni vegetación, en especial cuando está próximo a una zona poblada.

"sobre los descampados se levantaban edificios en construcción rodeados de zanjas"


Mi infancia pasó a caballo entre los descampados del barrio obrero en el que vivía y la casa de fin de semana que mi padre y mi madre construyeron con sus propias manos, situada en una finca rodeada de viñedos, prados y monte. En el segundo lugar, como podréis suponer, la naturaleza estaba presente por todas las esquinas. No eran tiempos de una enorme abundancia de corzos, jabalíes, zorros y demás fauna autóctona, pero siempre te encontrabas algún animalillo del que aprender y muchas veces al que martirizar. De ahí surgió, sin duda, una parte de mi amor por la naturaleza, pero otra, tanto o más grande, nació en los descampados de mi barrio, que eran muchos, muy variados y con más vida de la que se podía presuponer a simple vista. Ahí seguramente me fijé en los primeros animales, pequeños todos ellos, pero impactantes para un niño que aún se agarraba a la falda de su madre como si del cordón umbilical que le había unido a ella se tratara. Le cortábamos el rabo a las lagartijas, hacíamos carreras de caracoles, le dábamos de comer a los pardales un día y al otro le disparábamos con una escopeta de perdigones. De esta forma podíamos fardar delante de las niñas de cómo éramos capaces de acertar a un inquieto pajarillo, mucho más difícil que darle a una lata vacía. Por suerte para los pájaros y mala suerte para mis artes amatorias nunca tuve buena puntería, solo una vez le acerté a un pinzón común y para colmo ninguna chica guapa (ni fea) estaba mirando. En esos páramos normalmente encajados entre edificaciones jugábamos muchos niños de la época, sin saber que poco a poco irían desapareciendo hasta estar en la actualidad al borde de la extinción. Las calles se fueron asfaltando y los solares construyendo, pero la semilla de lo salvaje y del amor por la naturaleza ya había germinado en mí.


Desarrapados niños españoles en un descampado. (Principios de los años 80) ¿Quién adivina cual soy yo?


Con el tiempo mi atracción por lo natural creció al mismo ritmo que lo hizo mi cuerpo, hasta el punto de que con 15 años mi hermana me llamaba cariñosamente “el ecologista”.


- Ahí viene mi hermano el ecologista. – Decía al verme.


No eran tiempos fáciles para ser un defensor de la naturaleza. De aquella, a finales de los ochenta y noventa, solo había alimañas que eliminar, insectos molestos que pisotear y animales salvajes a los que cocinar. Si no era comestible automáticamente se convertía en alimaña, lo que te daba vía libre para defenestrarlo sin contemplaciones. Fue una época en la que todas las culebras eran potencialmente mortales, los lagartos mordían las partes íntimas de las mujeres si estas tenían el periodo (creencia popular) las cuales se habían empezado a lavar la cabeza en “esos días” unos pocos años atrás. (Existía otro mito que afirmaba que lavarse el pelo en los días de regla te llevaba a enfermar) Todo tipo de aves rapaces eran llamadas gavilán y se debían eliminar, pues lo mismo mataban una gallina que se llevaban volando a un niño en sus garras. Lo del cambio climático ni estaba ni se le esperaba. No existía tal cosa, como no existen los homosexuales en Irán. La gente se reía de ti a la cara cuando les contabas que lo que salía del tubo de escape de su coche se iba a la atmósfera y por una serie de efectos mágicos hacía que el clima se volviera más cálido.


- Pues anda que no hizo frío el mes pasado en el pueblo.- Solían decir a modo de análisis científico los cuñados de la época para no darte la razón .


Aún con eso me hice ecologista, amaba a los animales y la naturaleza y me preocupaba por ella, y lo sigo haciendo.

Pero un 20 de mayo todo esto dio un salto de calidad con un regalo que recibí de mi hermana, y a la vez madrina, por mi cumpleaños.


-¡Felicidades ecologista!

-Espero que te guste. – Me dijo mientras me ofrecía dos paquetes como regalo de cumpleaños.


¡Y ya lo creo que me gustó!

Puedo decir, sin riesgo a equivocarme, que ha sido uno de los mejores regalos de mi vida y sin duda el que más he aprovechado, y que 30 años después lo sigo haciendo.

Desenvolví los paquetes con prisa pero sin que se notaran mis ansias por saber lo que había dentro, como siempre hago cuando me regalan algo. Ahí estaban: dos libros con la portada verde y blanca, dos escritos que casi me llegué a aprender de memoria y que aún a día de hoy y a pesar de que guardo la copia de seguridad en mi cabeza, consulto de vez en cuando.

“Guía de los àrboles de la península Ibérica y Baleares” y “Arbustos"

Así se titulaban. El contenido creo que os lo podáis imaginar. Cientos de fotos y descripciones de las especies vegetales de este nuestro país, y del vecino Portugal. ¡Que tostonazo! pensaréis algunos.

Poco a poco fui conociendo los árboles y arbustos más comunes, para más lentamente identificar los más escasos. Cogía muestras, las clasificaba, sembraba frutos de los cuales nacían nuevos individuos que luego plantaba en el monte y que no solían superar los rigores del verano, los incendios o el apetito de un ciervo, un corzo o una cabra con hambre. Si matar arbolillos fuera considerado un asesinato, estaría en la cárcel como el peor asesino en serie de la historia. No obstante algunos de ellos lograron prosperar, siguen creciendo a día de hoy y seguramente me sobrevivan.


¡Mi tesoro!


Pasados algunos años me decidí por fotografiar todo tipo de plantas y hacer un archivo personal, cosa que no pude realizar pues las cámaras necesarias para tal cosa eran demasiado caras para un estudiante. Cuando por fin me pude permitir el aparato necesario, la idea de hacer el archivo fotográfico se había desvanecido en mi cabeza, pero una nueva empezó a tomar forma.

Ya era una suerte de especialista autodidacta en cuanto a especies vegetales se trataba, por lo que decidí dar otro paso adelante y adquirí (esto ya no me lo compró mi hermana lo cual nunca le perdonaré) una guía de pájaros y otra de aves rapaces. Me iba a hacer pajarero. Ya tenía la cámara, la literatura y sin idea de fotografía y solo conociendo a pardales, petirrojos y gavilanes (como llamábamos a todas las aves rapaces) estaba decidido, ahora sí, a hacer un archivo fotográfico de aves. Fue el principio de mi mal, comenzaban a revolotear los “pájaros en mi cabeza”

Si hubo un punto de inflexión en la conciencia medio ambiental en nuestro país, vino sin duda de la mano de un personaje que marcó a casi todos los españoles y una época. Félix Rodríguez de la Fuente fue un adelantado a su tiempo, y no solo en nuestro país. Logró con sus documentales crear una conciencia medio ambiental en la sociedad española que hasta ese momento simplemente no existía. Veníamos de un tiempo en el que no sólo se podía matar animales salvajes con total impunidad, si no que incluso estaba bonificado, como sucedió con los lobos, zorros y demás alimañas. Estaba socialmente bien visto deshacerse de todo animal que pudiera resultar una amenaza para nuestro estilo de vida. En medio de ese país, en pañales en cuanto a protección del medio ambiente se refiere, llegó el tal Félix y se atrevió a defender la naturaleza. Un tío que acariciaba al animal más odiado del país, el lobo, debía de estar loco de remate. Pero el naturalista hizo mucho más que eso. Para poder enseñarnos el comportamiento de ciertas especies, desarrolló una serie de técnicas revolucionarias que más adelante fueron la base para poder filmar fauna salvaje por los ambientalistas más reputados del mundo y las cadenas televisivas más importantes, como la BBC por ejemplo. Aún recuerdo cuando ya con Félix fallecido algunos trataron de juzgar su legado a posteriori, en un revisionismo de sus métodos que lo acusaba poco menos que de engañar al mundo entero y de maltratar a los animales para conseguir ciertas imágenes.


- ¿Sabías que los lobos de Félix eran domesticados? –Dijeron algunos.

- Resulta que la cabra que se llevó el águila desde los riscos en sus garras la habían puesto ellos allí.

- Esto es un fraude.

- Pobre cabrito.


Frases así se comenzaron a escuchar constantemente. La gente se había creído que con los medios de la época se podía grabar a una manada de lobos salvajes corriendo detrás de un jabalí, con tomas a ras de suelo y con una estética impecable. A muchos les supo mal que esas imágenes no fueran reales, que sí lo eran, pero al estar preparadas de alguna manera les parecían poco menos que un cuento.

Los famosos lobos del “Hombre y la Tierra” no eran domésticos, pues el lobo no se puede domesticar de un día para otro. Eran lobos “Troquelados” acostumbrados a los humanos y algunos de ellos incluso dóciles. Se encontraban en un recinto grande pero cerrado, donde se les soltaba la presa y se colocaban las cámaras para conseguir las diferentes tomas que luego se montaban, en un tiempo donde el material era muy limitado. Así el equipo consiguió imágenes espectaculares del comportamiento lobuno similares a las que se darían en su día a día en la naturaleza salvaje. Simplemente no había otra forma de poder filmar algo así.

Lo de utilizar reclamos vivos para conseguir escenas impactantes fue muy controvertido. ¿Cómo iba a ser posible capturar el momento justo en el que un águila imperial cazaba un cabrito? Solo se podía hacer llevando la presa cerca del águila salvaje y esperar. Esperar horas, días o semanas. Es una técnica que aún hoy se utiliza, aunque con la evolución de las lentes y demás tecnología, en la actualidad se puede realizar de forma más ética. No obstante, en nuestro tiempo todavía es común utilizar algún tipo de reclamo y filmar en escenarios preparados.

De niños habíamos desarrollado ciertas técnicas de caza para apresar sobre todo pequeños pájaros, los cuales llevábamos a mi madre que los desplumaba y los freía en aceite bien caliente. Eran un manjar con el que nos deleitábamos todos en casa. Hoy en día solo de pensarlo se me revuelve el estómago. Eran otros tiempos. Los pajarillos entraban en el gallinero a comer el trigo. Entonces, desde una habitación anexa cerrábamos la puerta tirando de una cuerda por lo que se quedaban atrapados, luego entrábamos nosotros y a terronazos los abatíamos. Otra técnica era la de las forcilleras. Las típicas trampas que se cierran por la acción de un resorte cuando el ave va a comer la miguita de pan que se pone de señuelo. Asaltar nidos era también común. No sabíamos nada del tipo de pájaros que cazábamos, si eran machos, hembras, si eran comunes o escasos o si estaban criando una pollada que moriría irremediablemente ante la falta de uno o de los dos progenitores. Éramos unos auténticos salvajes.

Con la edad y gracias a gente como Félix, todas esas acciones detestables y que hoy no tienen cabida en casi ninguna mente, se transformaron en mi caso en auténtica devoción por los animales, y en el caso que nos ocupa por los pájaros.

Tuve que aprender de otras técnicas para poder cazar, ahora en imágenes, a los escurridizos animalillos. Por suerte el mundo del internet ya existía y había lugares donde mucha gente compartía sus conocimientos con los neófitos como yo. Comencé a estudiar el arte de la fotografía de aves.

Años atrás habían comenzado los estudios para tratar de identificar los diferentes tipos de pájaros. Utilizando los libros no regalados por mi madrina comencé la observación e identificación. Solo que había un problema.

¡No se paraban quietos!

A diferencia de los árboles los animales se mueven y no te los puedes llevar a casa para consultar sus colores y formas en los libros. Son pequeños, escurridizos y en algunos casos muy similares los unos de los otros. Los primeros meses me frustré sobremanera. No era capaz de identificar nada. Si veía un pajarillo intentaba quedarme con sus colores, pero al llegar a casa y tratar de buscarlo en los libros, no solía encontrarlo. ¿Acaso mi memoria era tan cortoplacista?, ¿o era que solo me encontraba con especies nuevas aún sin clasificar por la ciencia? Si la respuesta hubiera sido esta última, tendría el honor de haber descubierto varias docenas de especies nuevas en esos años. Pero lógicamente era mi memoria la que se equivocaba. Poco a poco pude ir distinguiendo más y más especies y aún a día de hoy sigo haciéndolo en un aprendizaje que creo que no tiene fin.


Mis guías de aves y mi primer equipo fotográfico analógico.


Lo primero a la hora de fotografiar fauna es conocer sus costumbres y su hábitat, para así escoger la mejor técnica y el sitio adecuado. Yo comenzaría por intentar “pillar” los pajarillos que merodeaban por mi jardín.

Iba a utilizar para ello el reclamo del alimento en invierno y del agua en verano, al estilo de las técnicas empleadas por Félix. En un escenario preparado para tal fin se deposita el agua o la comida y se espera. Al principio los pájaros son recelosos, unas especies más que otras. Cuando observas que los pájaros se acercan y comen o beben es hora de componer la escena. Puedes adornar el comedero con elementos que sean de tu agrado, un palito con musgo por aquí, una piedra bonita por allá y un fruto del bosque para dar color. Lo normal es disponer el escenario lo más similar posible al hábitat de la especie que quieras fotografiar. Y ahora os preguntaréis:

¿Y como se hace para acercarse y tomar la foto?

La respuesta es sencilla, se necesita una buena lente, un escondite para evitar que te vean y paciencia, muuuuucha paciencia.

Una vez que los pajarillos entran a comer o beber hay que colocar el escondite o Hide, como se le denomina en inglés. Dependiendo de la especie a fotografiar y del tipo de lente estará más o menos cerca. En mi caso como lo que quería captar eran pequeños pájaros, el escondrijo estaba tan solo a 1,5 metros de la presa. Si lo que quieres es fotografiar animales más grandes o tienes un teleobjetivo con más alcance, podrás alejarte más y más. Como en mi jardín no había avestruces, era necesario estar lo más cerca posible. El Hide, en mi caso, era una especie de tienda de campaña en la que entraba el fotógrafo, una pequeña silla y la cámara con el trípode.


Escondrijo fotográfico y escenario preparado.


Antes de meterte a probar suerte se debe de dejar el escondite montado, solo para que los animales se acostumbren a él. Una vez que eso sucede ya te puedes meter a pasar las horas. Puede parecernos que una cabecita tan pequeña en la que solo entra un cerebro minúsculo no alberga demasiada inteligencia, pero no es así. Los pájaros son más listos de lo que nos creemos y por eso no es fácil engañarlos. Habíamos dicho que las aves de mi jardín ya estaban acostumbradas a comer en el comedero, se habían familiarizado con los adornos, el entorno, el escondrijo y demás. Podría parecer que ya estaba todo hecho, pero había más cosas. El primer día que probé fortuna me di cuenta de que no iba a ser tan sencillo. Después de casi tres horas metido en el iglú de camuflaje, sentado en la pequeña sillita plegable , aburrido como una ostra y con unas ganas de mear enormes, tuve que retirarme. ¿Pero que había pasado si había visto con mis propios ojos como los pájaros comían los días anteriores con el Hide ya instalado?

La respuesta la supe días después. Desconfiaban de la cámara. Aunque el objetivo y esta se encuentran dentro del escondrijo, la lente circular se puede ver desde fuera, por lo que la prudencia de las aves al ver ese enorme ojo de cristal que les apuntaba, hizo que a pesar de su apetito no se acercaran a comer. La solución de nuevo era poner la cámara y dejar pasar los días. ¿Pero como iba a dejar un caro aparato electrónico a la intemperie? En mi caso no me la iban a robar pues estaba en mi jardín, pero si llovía podía llegar a mojarse y deteriorarse. La respuesta la encontré de nuevo en la red. Lo que hacían los pajareros era dejar montado una imitación del objetivo, por lo que tuve que poner un trozo de tubo pintado de negro y esperar a que dejara de ser un elemento extraño para los desconfiados animales. A los pocos días, estos regresaron y volví a probar suerte. Como ya tenía experiencia me llevé un termo de café caliente, un picoteo y un libro para matar el tiempo leyendo, pues de aquella no había smartphones. A las tres horas ya me había bebido el café, había comido los cacahuetes y leído tres capítulos de un libro que no me acababa de enganchar y me volvía a orinar. De los pájaros no había rastro alguno, algo se me escapaba, algún elemento de la escena les hacía de nuevo desconfiar y el único elemento nuevo que había en el entorno era difícil de sustituir. La única novedad era yo mismo. Pronto me di cuenta de que los pájaros me observaban desde algún lugar cuando entraba en el refugio. Parecía como que se avisaban los unos a los otros del potencial peligro que representaba el tío ese dentro de la tienda de campaña, tomando café con frutos secos y pasando más frío que un tonto. La única solución para ese problemilla no era otra que pasar más y más horas esperando hasta que los pajarillos se acostumbraran o se olvidaran que estaba allí.

Así fue como decidí intentarlo por tercera vez, pertrechado ahora sí con una botella vacía por si las ganas de mear. Después de una hora aproximadamente y cuando pensaba que ningún pájaro se acercaría, un revoloteo me sacó del tedio. Miré por una abertura del escondite y ahí estaba. A poco más de un metro un carbonero común miraba desconfiado, no se atrevía a comer, notaba algo raro. Con mis manos temblorosas toqué la cámara y al instante echó a volar. ¡Pero si no había hecho ningún ruido! O eso me parecía.

Tardó casi otra hora en volver el mismo u otro Carbonero, el resultado fue el mismo. Decidí por lo tanto no hacer nada para la siguiente vez, solo observar. Así fue como poco a poco logré ganarme la confianza primero de los Carboneros comunes, más tarde de los petirrojos, verdecillos, lavanderas, mosquiteros, currucas, herrerillos, gorriones………. Llegó un momento en que podía moverme dentro del Hide, poner el flash y hasta toser, me toleraban, ya no veían una amenaza en lo que fuera que estuviera debajo de esas telas de camuflaje que se levantaban al lado mismo de ellos.


Verdecillo en bebedero.


Lavandera Común en comedero.


Petirrojo posando en comedero el día de noche buena.


Herrerillo Común en comedero al atardecer. (Debido a su pequeño tamaño e inquietud foto con muchas horas de trabajo)


Como podéis imaginar cada especie es diferente. Ya comenté antes que necesitas conocer los hábitos del animal que vas a fotografiar para elegir la técnica adecuada. Por ejemplo, hay fotógrafos que compran una paloma y la dejan en un lugar cercano donde un halcón pueda pasar. Si has sido precavido y hay Halcón, este cazará y comerá la presa delante de tus narices. Yo nunca intenté nada parecido pues mis tiempos de matar animalillos ya habían pasado años atrás. Hay especies muy difíciles de fotografiar por ser desconfiadas. Imaginaros hacerlo con un lobo salvaje que te huele a dos kilómetros. Como ejemplo curioso está el de los córvidos, aves inteligentes donde las haya. Son más desconfiados por norma general que otras aves, porque son más listos. Una técnica utilizada para que las aves se acerquen antes al reclamo es la de entrar dos en un Hide y salir uno. Por norma general el pájaro que lo ha observado todo, se pensará que ya no hay nadie dentro y se acercará a comer o beber antes que si entra un fotógrafo solo. Pues bien, esta técnica no funciona con los córvidos. ¡Saben contar! La solución a este problemilla es sencilla, solo necesitas una cosa: tener más amigos. Como solo pueden diferenciar entre uno y más de uno, el truco es entrar más de dos personas, por ejemplo tres, y salir todos menos una. El cuervo pensará que ya no hay nadie dentro, pues Dios “solo” le dio la capacidad para contar hasta dos.

Y así fue como pasé horas y horas metido en un pequeño habitáculo increíblemente cerca de diferentes tipos de pajarillos, tan cerca que se podía escuchar cualquier ruidito que hacían. Hice algunos intentos de fotografiar aves rapaces y alguna fauna de más porte, pero los resultados nunca llegaron, el nivel de conocimiento y paciencia necesarios supusieron una barrera demasiado alta para mí. Recuerdo un día que corriendo por el monte me encontré el cadáver de una vaca y diferentes tipos de plumas que evidenciaban que diversas aves carroñeras se habían estado alimentando del pobre animal. Sin pensarlo dos veces al día siguiente cargué los bártulos en mi coche, y aún sin luz me dirigí al escenario del crimen. Monté todo de noche y me metí dentro antes de que los buitres llegaran impulsados por las corrientes térmicas. Pensé incluso en poder sorprender a algún lobo despistado. Seis horas después salía del habitáculo con un dolor enorme de espalda y sin haber disparado ni una sola fotografía. Está claro que se necesita más preparación para lograr el éxito.

En la actualidad con las lentes de más alcance y estabilización, se pueden lograr fotografías de calidad sin necesidad de pasarte horas inmóvil, aunque tampoco es tarea sencilla. Una nueva modalidad es la colocación de cámaras de fototrampeo. Actualmente asequibles a casi cualquier bolsillo, es fácil hacerse con una y colocarla en algún punto concreto donde se pueden captar imágenes de diferentes especies sin tener que estar en el lugar de cuerpo presente. No suelen ser fotografías o vídeos de calidad, pero sí que se obtienen grandes resultados para el censo de diferentes especies. Os podríais sorprender de la cantidad de fauna que puede pasearse por las inmediaciones de vuestras casas, y si colocas una de estas cámaras en una zona propicia se pueden captar animales emblemáticos. Así a la puerta de mi hogar capturé tejones, zorros, corzos, jabalíes, jinetas, martas, garduñas y al gato de la vecina. Ya en mi pueblo y después de un año y medio ininterrumpido de filmación “cacé” todos esos bichos además de gatos monteses, venados, mil o dos mil jabalíes más, cárabos, ardillas, un tío con un detector de metales, un par de cazadores y al tan esquivo lobo ibérico. Esta disciplina me ha dado grandes satisfacciones aunque se ha perdido la plasticidad y la calidad de las imágenes, aunque por el contrario se ha ganado en comodidad y en variedad de especies.


Foto nocturna de corzo a las puertas de mi casa.(fototrampeo)

Es este un arte completamente diferente a ese que me hizo padecer unos cuantos años atrás de “pájaros en la cabeza”, pájaros que a día de hoy y de vez en cuando siguen revoloteando.

Video de varias semanas de fototrampeo.

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