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LOS GORILAS DE MONTAÑA.

  • V. Carbajo.
  • 22 nov 2017
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 13 abr


El barco que nos tenía que llevar por el lago Kivu desde Gisenyi hasta Kibuye (o era a Kagano, no lo recuerdo) se había averiado. Nos encontrábamos esperando en un hotelazo en la frontera entre Rwanda y la República democrática del Congo. A unos cientos de metros podíamos ver las mansiones de los ricos congoleños y extranjeros que no se avergonzaban de aparentar lo que tenían, que era mucho, en medio de la miseria reinante, y todo fruto de la explotación de los recursos naturales de la zona y la de sus propios vecinos que trabajan por poco más que la comida, arrancando de las entrañas de la tierra roja africana el coltán y otros materiales raros con los que los del lado afortunado del mundo construimos nuestros cacharros tecnológicos. Por suerte aunque estábamos cerca físicamente la frontera nos hacía sentir protegidos de las mafias, señores de la guerra y luchas tribales que son el día a día del país vecino. La espera fue larga mientras encontraban un modo de ir hasta nuestro destino, pero en el resort se estaba de lujo después de muchos días durmiendo en el suelo, sin duchas y haciendo las necesidades en un agujero.


-¡Nos vamos! -Gritó Clori mientras se acercaba corriendo hacía el grupo de españoles que guiaba con profesionalidad absoluta.

-Iremos por carretera finalmente.


Horas más tarde, con las posaderas doloridas, en plena noche y después de demasiado tiempo zarandeándonos llegaríamos a nuestro destino. La carretera no la habíamos visto, en su lugar alguien había puesto un camino de cabras y para colmo, España había perdido contra Suiza el primer partido y los lugareños se burlaban de nosotros. Por suerte las cosas no fueron como empezaron en el famoso mundial del Waka Waka, del gol de Iniesta y del que todos los africanos se sentían orgullosos por celebrarse en el continente negro, aunque fuera en un país a miles de kilómetros del suyo.

A pesar de todo eso y de que el hotel de esa noche era una suerte de edificio desvencijado y sucio, estábamos felices, pues tan solo unas horas antes habíamos podido contemplar a los animales más hermosos del mundo.

Corría el año 2010 y atacado por el mal de África había regresado al continente negro, concretamente a Uganda. La perla de África es uno de los paises más bonitos en los que he estado, pero tan solo era la antesala del verdadero propósito de mi viaje, visitar a los gorilas de montaña en la vecina Rwanda.

El parque Nacional de Los Volcanes es el único lugar del país donde se pueden observar estas formidables criaturas y Rwanda, junto con la República Democrática del Congo y la mencionada Uganda los únicos países del mundo donde habitan.

Las montañas Virunga aunque pertenecen a estos tres países son un único hábitat para esta especie tan amenazada. Mgahinga en Uganda, Les Volcans en Rwanda y Virunga en R.D. Congo los nombres de los correspondientes parques naturales, que en realidad son uno solo. Otra población de Gorila de Montaña habita en la selva impenetrable de Bwindi, también en Uganda, que aunque a escasos kilómetros no tiene conexión con las zonas anteriores, lo que ha propiciado unas diferencias taxonómicas entre los gorilas tan grande como para considerar a estos como una subespecie de los otros. Y eso es todo, no se pueden observar Gorilas de Montaña en ninguna otra parte del mundo, se encuentran todos en esta pequeña zona geográfica, 380 en Virunga y 320 en Bwindi según los últimos censos.

Lo más dramático de todo es que la región no se caracteriza por ser la más estable de áfrica ni mucho menos. La R.D.Congo es un país inmenso en perpetuo conflicto armado, donde los señores de la guerra campan a sus anchas y controlan gran parte de sus recursos, Uganda es quizás el más estable de los tres desde la caída del sanguinario dictador Idi Abú Amin en 1979 y las posteriores luchas de poder en los 80 y Rwanda es de sobra conocida por sus eternos problemas étnicos que costaron la vida a un millón de personas en 1994, una quinta parte de su población. Con todo, el mayor problema de estos primates es la pérdida de su hábitat en favor de los humanos, humanos, no olvidemos, necesitados de tierras de cultivo y pastos para sus animales por pura necesidad de subsistencia. A todo lo anterior debemos sumarle la corrupción endémica que propicia la caza ilegal, el comercio de la madera para hacer carbón vegetal y un largo etcétera de despropósitos.

Montañas Virunga.

Leyendo esto se puede interpretar que esta especie estaba condenada a una extinción más que segura, y ciertamente era así, pero algo ha ocurrido que ha podido cambiar el trágico destino de los Gorilas.

En estos últimos años se han dado una serie de circunstancias que han propiciado que la situación se revierta y ha comenzado a aumentar ligeramente la población. Una de ellas, la principal, es un aumento de la estabilidad política en los tres países, dentro de lo que se puede entender por estabilidad en esta zona tan complicada de África. Uganda lleva más de 30 años sin conflictos graves ( salvo en el norte) , Rwanda está creciendo como nunca regada con el dinero de las potencias occidentales para tapar, quizás, sus vergüenzas por su parte de responsabilidad en el genocidio y la R.D del Congo aunque es un país complejo y en esa zona más aún si cabe, protege su parte de los Virunga con éxito. Pero lo que realmente ha hecho que los gorilas no desaparezcan es su rentabilidad económica. Los tres países sacan una buena tajada con los miles de turistas que visitan cada año sus parques, y es que si alguien quiere verlos , solo aquí puede hacerlo. Sería injusto no mencionar a la persona que sin lugar a dudas dio a conocer la situación de estos animales al mundo entero, Dian Fossey, mujer que luchó por su conservación en los peores momentos y pagó con su vida tal temeridad. Sin lugar a dudas gracias a su trabajo y a su historia llevada al cine, la gente empatizó con la causa y en cuanto la zona fue visitable los turistas llegaron "salvándolos" así de una extinción más que segura.


El parque de los volcanes era por aquel entonces la mejor zona para ver grupos de gorilas "visitables", que son aquellos que los científicos y rangers han acostumbrado a la presencia de los turistas, unas diez familias solamente. En la recepción las autoridades dividen a la gente según sus aptitudes físicas en grupos de unas diez personas, asignando las familias más lejanas a la gente más joven y capaz de aguantar el largo trecking para llegar hasta ellas. Tuve el "placer" de participar en el grupo que iba a visitar al grupo que se encontraba más lejos, no porque fuéramos jóvenes y fuertes, si no porque éramos los más jóvenes y los más fuertes de los presentes, que no es exactamente lo mismo.


Las caras en el grupo eran de circunstancia. Llevábamos horas caminando a aún no habíamos llegado al bosque, lo de ir en el grupo de los jóvenes a alguno se le estaba atragantando. Elsa tenía problemas musculares y puede que también pulmonares y la marcha era lenta, tan lenta que yo ya estaba temiendo que no diéramos con el grupo de primates a pesar de que los rastreadores lo intentaban sin pausa.

Un pequeño muro de piedra construido por los belgas en la época colonial, es la división entre las tierras de cultivo y el bosque húmedo, muro que no siempre es respetado ni por los humanos ni por los gorilas, entrando en conflictos ambas especies con un perdedor que casi siempre suele ser el mismo.

Un Ranger iba por delante del grupo siguiendo el rastro desde donde se había visto a los gorilas por ultima vez el día anterior, como la familia siempre está en movimiento es posible no llegar a encontrarlos, pues las empinadas cuestas y la resbaladiza tierra volcánica dificultan bastante el avance.

Límite del parque natural y las tierras de cultivo. Se puede apreciar el muro belga.

Después de unas horas de caminata la cara de los rastreadores reflejaba preocupación, al parecer nuestros amigos los gorilas se habían movido mucho desde el día anterior y al ranger que iba en cabeza le estaba costando seguir el rastro. Por nuestra parte las fuerzas ya empezaban a flaquear, yo había preparado una especie de arnés con dos chaquetas del que tiraba con toda mi alma mientras caminaba para ayudar a subir las empinadas laderas a la pobre Elsa, que lo llevaba atado a la cintura.

En ese momento me sentía como la persona más egoísta del mundo, porque en mi fuero interno sabía que la supuesta ayuda a mi compañera la hacía más por mi propio interés para alcanzar al grupo de primates que porque ella lo hiciera, pues si uno se detenía se paraba todo el grupo.

De repente por la emisora llegaron noticias, muy buenas noticias, el Ranger de cabeza había localizado el lugar donde habían pasado la noche y a partir de aquí seguir su rastro sería mucho más sencillo.

-Aquí podéis ver la cama donde ha dormido uno. -Explicaba el guía.


-Cada individuo construye una suerte de nido cada día donde duerme.


Los nidos son abandonados a diario al levantarse, por lo que los gorilas no tienen el problema de tener que hacer la cama todas las mañanas. Por contra deben de construir una nueva para pasar la noche siguiente, con lo cual no veo ganancia alguna en esa estrategia.

Como siempre están en movimiento en busca de comida dentro de su territorio, hacen cientos de camas a lo largo de su vida.

El grupo que seguíamos era el denominado Susa heredero del que Dian Fossey estudió con más detenimiento y en el que todavía vivía por aquel entonces una hembra llamada Popi, que había convivido con ella cuando era un ejemplar joven. Todos estos años después imagino que ya habrá muerto pues ya era un individuo viejo allá por 2010. (Efectivamente Popi falleció en 2019 con casi 43 años de edad)

De repente nos mandaron detenernos, teníamos a los gorilas a pocos metros aunque no podíamos verlos aún, nos tenían que dar las últimas instrucciones para que todo saliera bien. Pasé de pensar que el encuentro no iba a ser posible a de repente tenerlos enfrente. Nadie puede hablar, no se pueden llevar mochilas ni elementos que sobresalgan de nuestro cuerpo, los movimientos deben de ser lentos y si se produce una carga debemos quedarnos quietos y agacharnos. No se puede estar a menos de 1,5 metros de distancia de ellos, ni tocarlos, ni mirarlos fijamente a los ojos, los gorilas son muy sensibles a las enfermedades humanas y una gripe los mataría. Debido a la posible trasmisión de enfermedades contagiosas antes de iniciar la excursión un medico te evalúa y durante la ruta los propios rangers tienen orden de vigilar a los turistas, si ven que estas enfermo inmediatamente te obligan a volver sobre tus pasos. Por descontado que no se escuchó ni un solo tosido en toda la mañana. Actualmente el uso de mascarilla es obligatorio. Demasiadas instrucciones en un momento de tanto nerviosismo. En resumen, permanecer juntos, hacer lo que nos mande el guía y toser para dentro.

Atravesamos unos pocos arbustos y de repente en un claro del bosque húmedo vimos el primer individuo, una hembra joven. Al poco tiempo comenzaron a acercarse otros miembros del grupo, nos miraron despreocupados, sin prestarnos demasiada atención , solo con cierta curiosidad clavando sus ojos marrones y vidriosos sobre nosotros, es imposible no mirarlos a la cara, sus rasgos humanos y sus gestos recuerdan tanto a una persona que parece que en cualquier momento vayan a decir:

-Buenos días.

-¿Que tal vas Elsa?

-Menudo tute os habéis metido.

Primer gorila avistado. Destaca el característico pelo largo.

Los sesenta minutos que teníamos de observación pasaban demasiado rápido, estaban los gorilas tan cerca que con mi teleobjetivo no podia hacer más que primeros planos y tuve que poner una óptica más corta para poder conseguir fotografías que reflejaran la totalidad de lo que realmente estábamos viendo. Después de los primeros minutos disparando compulsivamente decidí dejar la cámara a un lado y disfrutar de la escena con mis propios ojos, solo disparaba de vez en cuando, si una cría se colgaba de una rama, cuando otra estaba chupando la teta de su madre, si una joven comía los carnosos tallos de las ortigas gigantes pelados con destreza previamente, etc. Todo ocurría en absoluto silencio, únicamente con los pocos ruidos que emitían nuestros compañeros, se les escuchaba masticar, romper ramas, comunicarse entre ellos, parecía que lo estuviéramos viendo por la televisión, parecía que ni siquiera estábamos allí.

Cria de gorila jugando en una rama.

Sus cuerpos negros resaltaban sobre el fondo verde casi fosforescente de la vegetación. Tienen estos gorilas el pelo más largo que los gorilas de Bwindi o los gorilas de llanura, pues aquí en las alturas de los Virunga el frío se hace notar. Un individuo destacaba por encima de los demás, era el macho dominante o espalda plateada, se encontraba a nuestra izquierda junto a dos hembras y el resto del grupo a nuestra derecha. Este enorme gorila de casi dos metros de altura y 200 kilos de peso era el jefe de un grupo formado por una docena de individuos, entre los que se encuentran las hembras, las crías y algunos machos que le ayudan a defender a la familia. Como norma general las hembras maduras abandonan el grupo y se integran en otros para evitar la consanguinidad y los machos forman grupos de solterones a la espera de fundar su propio harén cuando son adultos. No solo rige la ley del más fuerte, también cuenta mucho la inteligencia de los líderes.

Una madre y su cría.

Kurira, el macho de lomo plateado, se empezó a poner nervioso por lo que el ranger nos ordenó quedarnos quietos. De repente se levantó y corrió hacia nosotros alzado sobre sus patas traseras, arrancando la vegetación y haciendo ruidos guturales, era una carga en toda regla. Es difícil en esas condiciones agacharse y quedarse quieto como dicta el protocolo, la tentación es de echar a correr lo más lejos posible para evitar que esos enormes brazos te partan en dos como una rama seca o seas pisoteado por cientos de kilos de puro músculo. Por suerte, un par de metros antes de asesinarnos se desvió de su trayectoria y nos dejó allí, agachados, con los ojos cerrados y apretando los dientes, alejándose orgulloso por dejar claro quien manda en esa parte del bosque. Se fue caminando sin siquiera mirarnos con la cabeza bien alta sin disimular su satisfacción por el trabajo bien hecho. Habíamos dividido con nuestra presencia a su familia y solo quería dejar el paso abierto. Pasó tan cerca de nosotros que de tener los ojos abiertos podríamos haber visto claramente las marcas nasales que diferencian a los individuos a modo de huella dactilar.

Kurira cargando. Si, aún pude disparar la cámara a pesar de tener los ojos cerrados.

Yo creo que la adrenalina es ese resto de miedo que te queda en el cuerpo cuando has percibido un peligro real y te pones a salvo, en ese momento todos los presentes la expulsábamos por nuestros poros en una mezcla de euforia y alivio por seguir vivos en partes iguales. La hora de visita había concluido y eramos incapaces de quitar una sonrisa absurda de nuestros rostros, comenzaba el descenso hacia la civilización.

Puede que 500 dólares por una hora de observación a muchos os pueda parecer un precio desorbitado, pero a mí en aquel momento me parecía algo ridículo para la experiencia que habíamos disfrutado. Teniendo en cuenta que solo aquí se pueden observar estas criaturas y que hay mucha gente en el mundo con mucho más dinero que un español con un sueldo de funcionario de la escala más baja, me preguntaba como no cobrarían más por la visita. Efectivamente a los pocos años el precio subió a 750 dólares y en breve subirá a 1000 y posiblemente siga creciendo si las cosas no cambian.

La conservación de los gorilas de montaña y de otras muchas especies en zonas con pocos recursos está ligada a su rentabilidad económica y el futuro de muchos de estos países va de la mano de la puesta en valor de sus bienes naturales como ocurre en Rwanda, Uganda y la R.D. del Congo.

 
 
 

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